El Plaza de Nueva York, uno de los hoteles más famosos del mundo, tiene cuatro particularidades en su centenaria y densa historia que lo convierten en un hotel muy especial. La primera es haber sido uno de los pocos hoteles que fueron creados especialmente para ser tutelados por un gran director de hotel: Fred Sterry, el que fuera el mítico director del Breakers y el Poinciana de Palm Beach. La segunda es haber cumplido ya el siglo de vida en su esquina junto al Central Park de la capital neoyorquina, hotel siempre amado por el cine y por maravillosos escritores. La tercera es ser el único hotel de la ciudad de Nueva York que goza de la distinción y los privilegios de ser oficialmente parte del patrimonio histórico de los Estados Unidos. Y la cuarta nota es aun más especial: los actuales propietarios, El-Ad Properties, intentaron no hace mucho tiempo convertir el hotel en un edificio de apartamentos privados de gran lujo con algunos servicios hoteleros. Es decir, el histórico Plaza simplemente dejaría de ser un hotel. Peter Ward, el correoso presidente del Sindicato de los Trabajadores de Hoteles de Nueva York, se opuso. La desaparición del hotel como tal significaría que la mayoría de los trabajadores perderían su empleo. Y lo que era aún más grave. La ciudad perdería un hotel irrepetible, uno de los mejores del mundo, una de las joyas de la industria hotelera norteamericana.

Los choques iniciales entre los protagonistas de esta historia fueron feroces. Después de pulsos durísimos entre el presidente del sindicato, Peter Ward, y el nuevo propietario del Plaza y presidente de El-Ad Properties, el israelí Isaac Tshuva, se llegó a un acuerdo de caballeros inteligentes. Al final el Hotel Plaza abrió de nuevo sus puertas. Fue el 1 de marzo del 2008. Un gran día. Sin duda los ganadores fueron los ciudadanos de Nueva York. El hotel está magnífico y con ganas de seguir siendo parte del alma de la ciudad en su segundo siglo de vida.

El primer cliente que franqueó las puertas del Plaza a las nueve de la mañana del 1 de octubre de 1907 fue Alfred Vanderbilt, en aquellos lejanos tiempos considerado el hombre más rico de América. Las familias más poderosas de los Estados Unidos apostaron por un hotel obviamente creado para ellos. Como el millonario Percival Kuhne. Había mandado instalar en el salón de su suite una hermosa fuente de mármol traída desde Francia. Según los periódicos de la época había sido la fuente favorita de la Reina María Antonieta en Versalles. Tampoco podemos olvidar el primer cigarrillo que otra dama, la señora Patrick Campbell, se atrevió a fumar en un lugar público de Nueva York. Fue en 1907, en uno de los salones - el famoso Palm Court - del recién inaugurado Plaza. Ninguno de ellos hubiera podido imaginar entonces que un siglo después su amado y rutilante Plaza sería salvado por un señor llamado Peter Ward, presidente del Sindicato de los Trabajadores de los Hoteles de Nueva York.