Cuando llega el final de temporada, la cantidad en la plantilla complementa a la calidad en el equipo. El Madrid llega a sus partidos cruciales con una baja tan considerable que, salvo transmutación de Illarramendi, volverá a evidenciar su carencia de un medio centro de garantías. Para ello, Ancelotti debería dejar los inventos poniendo al vasco en su sitio -no lo ha hecho en toda la temporada-, y al ex del Bayern en el suyo: el medio volante derecho o el vértice superior del rombo de medio campo, donde tiene demostrado que alcanza sus mayores cotas de efectividad.

Como hemos reiterado, Kroos es un magnífico futbolista que está ocupando un puesto para el que no está dotado especialmente, sobre todo cuando su equipo se enfrenta a rivales de nivel parecido aunque atesoren menos calidad individual. La baja de Modric, que con su encomiable polivalencia suple las debilidades del teutón campeón del mundo, puede suponer la renuncia de los blancos a las dos competiciones a la que aspira.

Hoy se podrá comprobar contra sus vecinos del Atleti en la vuelta de cuartos de Champions, salvo que Cristiano y compañía hagan el papel que deberían garantizar. Y aquí surge otra duda. ¿Por qué no suele aparecer el luso en los partidos decisivos? Seguramente sería más útil y determinante para su equipo si en lugar de hacer cinco goles a equipos como el Granada le metiera un par de ellos a los colchoneros. ¿O no?

Los blancos se están acostumbrando a que cuando las cosas se ponen feas deba aparecer el sevillano Ramos tirando del carro, tanto defendiendo como frente a las porterías contrarias; mal asunto para Ancelotti.

El gran fichador del Real Madrid, don Florentino, quizás percatado del tema, anda enfrascado en hacer otro deslumbrante fichaje de los suyos. El medio centro Pogba es el próximo objeto de su deseo, y los cien millones de euros en los que cifran su fichaje no será problema para la desmesurada y omnímoda ambición del mandamás madrileño. Hay que cebar la bomba, como él mismo diría.

El Barça, por el contrario, llega al final de temporada con todas sus baterías listas, con el gran añadido de contar con el mejor del mundo, Messi, en un momento dulce. El tan goleador como jugón argentino está atravesando uno de sus mejores momentos futbolísticos, si no su hora cumbre.

Y tiene la inmensa fortuna de acompañarle la suerte del campeón, como se pudo comprobar el sábado contra el Valencia, que falló hasta seis ocasiones claras para haber ganado con suficiencia en el Nou Camp corroborando su gran juego. Los blaugranas jugaron uno de sus peores partidos de la temporada.

Pero no solo son afortunados en eso, pues resulta que le añaden que Suárez ha encontrado el sitio goleador que siempre tuvo, que Neymar también suma por muchos enfados que agarre cuando Luis Enrique lo cambia, y que sus otros puntales Piqué y Busquets han recuperado la forma supliendo las intermitencias de los hasta hace poco intocables Xavi e Iniesta, que los años y los cambios de función no pasan en balde.

Si a eso le añades que tiene a sus dos porteros en una forma espectacular, Bravo y Ter Stegen, tal y como se presenta el panorama, el Barça es un aspirante seguro a ganar dos de sus tres aspiraciones: la Copa del Rey y la Liga. Otra cosa es la Copa de Europa, en la que a dos partidos o a uno contra equipos muy cualificados puede pasar cualquier cosa, aunque ya está en semifinales. Pero aquí, en contra de algunos de sus rivales, como el Real, sí cuentan con la experiencia de que sus figuras no se esconden y en los partidos fundamentales dan la talla. Es un plus añadido que les puede coronar como el mejor club de Europa este año.

En cualquier de los dos casos, como decíamos la semana pasada, el asturiano y mal encarado Luis Enrique tendría segura su continuidad.

El tercero español en discordia, el de Simeone, tiene hoy su partido decisivo. Si eliminan a los blancos salvarán la temporada, con opciones de llegar a la final europea como el año pasado y ganarla. Llegan en forma, pero si no, hasta se les puede complicar la tercera plaza en la Liga. De la gloria a la nada en noventa minutos.

Es lo que decíamos en el titular. Bendita incertidumbre futbolera; con los goles, la salsa del fútbol.