Excepto para la señora rata, que cuando le hablan de rato solo piensa en Ratatouille, el rato más universal es un concepto cuasi mágico, tan extenso como polivalente y adaptable. Los ratos son como el perejil en los fogones, sirven para casi todo. Los ratos son gajitos de vida que expresan cuando y/o cuanto leemos o trabajamos o descansamos o nos divertimos; rato es lo que ocurre mientras jodemos y/o nos joden, y mientras amamos y/o nos aman; también cuando ambas cosas coinciden.

Nuestra existencia es un primoroso patchwork hecho de ratos buenos y malos, y de ratos largos y de ratillos, que de todo hay. Los ratos son submúltiplos de la existencia y múltiplos de los momentos y de los instantes. Pocos conceptos tan imprecisos como el rato requieren tan poca explicación y expresan tanto; así, cuando expresamos «para rato», «un buen rato», «al poco rato» o «de rato en rato» estamos expresando cuánto de mucho o de casi nada es el rato ese al que nos referimos. Milagroso es cómo se estiran y se contraen los ratos, que son genialidades sureñas que habitan en los entresijos de la inteligencia poética y de la tolerancia con el tiempo y de la sutileza en la expresión hablada y gestual, por eso el rato no existe en los mundos de los Sørensen, los Zollinger, los Willson o los Vasíliev, por ejemplo. Y no existe en sus mundos, quizá, porque esos norteños hacen de la precisión del tiempo una sádica virtud que los encorseta, tantísimo a veces, que conozco algunos Andersen y algunos Nikoláyev y algunos Hetzel y algunos Livingston que se han dado a la bebida para liberarse del corsé del tiempo. ¡Apretaos que son algunos...!

Hay otros Rato que no obedecen a la genialidad sureña, ni moran en la inteligencia poética, ni en la tolerancia con el tiempo, ni en la sutileza expresiva, sino todo lo contrario. Don Rodrigo, por ejemplo, es un Rato que hizo la Ley para evidenciar la trampa, y ahí no hay poesía. Don Rodrigo se empeñó en demostrarlo y lo ha logrado: Ha cuadrado el círculo y ha pasado del buen Rato aquel de sus buenos ratos, a los malos ratos de un Rato malo y tramposo. Se empecinó en opositar a Dios y casi consigue la plaza. Ahora sus bienquistos enemigos de siempre, aquellos con los que tantísimos buenos ratos compartió, enmascarados y en reata, le están demostrando al mundo -dicen ellos- que el arrepentimiento existe y que la justicia prima sobre cualquier sentimiento. Ahí van chicos y chicas, embozados, para que ni se les vea ni se les note, haciendo gala de arrepentimiento y de valentía modélicos, mientras bisbisean aquello de «arrepentidos los quiere Dios y no cobarde como eres tú...».

- ¡Nunca fuimos cómplices de nada! -gritan algunos

- ¡Ni lo volveremos a ser! - corean todos.

Tras cada máscara se esconde un rictus en defensa propia, aunque todos dicen estar haciendo lo que corresponde, por el bien del universo universal. Qué buenos muchachos son estos muchachos, ¿verdad? Qué mal ratico le están dando al Rato malo, y qué buen rato a la política en particular y a la ciudadanía en general. Qué magnanimidad, qué nobleza y qué desinterés el de estas gentes entregadas al bien común. ¡Que viva España...! ¡Viva Manolo Escobar...!, ¿o no?

Cómo proliferan las hienas en la sabana política... Cada vez hay más. Hay hasta quien se ríe como ellas, tú..., que no es el caso de la presidenta de Paradores de Turismo de España, la exseñora de Rato. Ella no se ríe como las hienas. Ella cree en su exmarido. Qué nobleza da el turismo, oye...

Pues sí, el turismo transfunde nobleza a los que lo fabricamos. El turismo, a base de ratos buenos y malos ratos, nos ha hecho tan mayores ya que ahora nos premia con la perspectiva de la experiencia. Y la experiencia nos cuenta cómo algunos buenos ratos mal medidos nos empujaron al mal rato de malbaratar el negocio para sobrevivir, o casi. Y casi no sobrevivimos... Y ocurrió porque la sostenibilidad de nuestros territorios y de nuestras cuentas de resultados no se sostienen por amontonamiento de ratos inconexos, ni con políticas que cambian de rato en rato, sino con decisiones sostenibles durante todo el rato, como si ese rato más que rato fuera un ratón, o sea, un ratico eterno.