Al Mediterráneo le llevamos muy al día la contabilidad de los muertos como si fuese culpa suya ser profundo y a veces arisco y siempre temible. Lo estoy mirando desde una ventana que da a su orilla y realmente no parece el asesino en serie que es en realidad. Al contrario, viéndolo así diría uno que es incapaz de un oleaje y hasta de una mala marea. Ahora, en este preciso instante en que la mañana dobla la primera esquina, se le están durmiendo las gaviotas en el azul y parece despreocupado. Este mar al que van a dar nuestros ríos y nuestras vidas y nuestros versos de pie quebrado la mayor parte del tiempo enseña una cara de lago doméstico, de estanque apacible, pero a veces se encabrita y de un solo golpe se lleva al fondo algunas almas. En lo que va de año le computamos ya mil setecientas en su cementerio marino. «No esperaba la luz que se vinieran abajo los minutos/ porque distraía en el mar la nostalgia terrestre de los ahogados», dice Rafael Alberti en El ángel de las ruinas. Alguna vez he pensado en esto, en la «nostalgia terrestre de los ahogados», y he intuido que la sorda letanía de las olas es en realidad una enumeración de nombres, la larga nómina de los sumergidos que el mar repite para no olvidar a ninguno. ¿Cuántos cuerpos guarda el Mediterráneo en sus entrañas de agua? ¿De qué orilla venían?

Este parece, al fin, ser de repente el dilema. Europa es un regalo del Mediterráneo, la avenida cultural de Occidente, como Egipto lo es del Nilo según la conocida sentencia de Herodoto, pero ahora Europa quiere poner puertas al «mare» que considera «nostrum» y nada más que «nostrum», y evitar que los de la orilla de enfrente lo crucen buscando refugio o algo que llevarse a la boca.

No hace aún siete días que setecientas personas, algo así como la población completa de Totalán, se ahogaron a mitad de camino cuando trataban de llegar a la ribera donde se come caliente al menos un par de veces al día, a la margen donde vivir es posible. No han pasado siete días y ya algunos países europeos, como Italia, piden un bloqueo naval del Mediterráneo que frene la llegada de pateras. Quieren poner puertas al mar, que es campo de dioses, pero se me antoja tarea complicada, porque quien se sube a una patera no compra billete de retorno, lo hace a ida o muerte. Seguirán viniendo hasta que vivir en su orilla sea posible o hasta secar el mar con sus huesos, lo que ocurra primero.