En tiempos en que la fama surge y desaparece en el mismo día, el plato León come gamba que preparó el concursante Alberto Sampere el otro día en MasterChef parecía que iba a ser un ejemplo más de anonimato-fama estratosférica-olvido instantáneo. Pero no. Su presencia en la red, los medios escritos y la tele (desde reportajes en España directo hasta parodias en José Mota presenta...) ha sido constante. Todo apunta a que durará una eternidad de las de ahora. O sea, una semana hasta que otro plato raro o alguna ocurrencia de los guionistas de Supervivientes lo sepulte y condene al olvido.

Aguantamos los fotomontajes en los que se pone a todo la cara del León come gamba, sufrimos los comentarios en las redes sociales incluidos los de Risto Mejide, y soportamos las disculpas ridículas dadas por el programa por haber expulsado a Sampere de forma tan fulminante, con tan poco tacto y tan mala educación; pero al menos sacamos algo en claro: lo ocurrido le está bien empleado al chico, joven estudiante de medicina, porque un aspirante a cocinero que se equivoca merece que le den toda la caña del mundo y ser tratado con toda la crueldad que haga falta para que deje la cocina y se dedique a otras cosas menos importantes, como, qué sé yo, la medicina. Si en cualquier asignatura de sus estudios de medicina, Sampere hiciera un examen horrible, sus profesores le suspenderían; pero se organizaría una muy gorda si se supiera que el suspenso va acompañado de una humillación o de comentarios denigrantes hacia él. El juez Pepe Rodríguez puede decir que un plato mal hecho es un insulto a los jueces y a los aspirantes que se habían quedado fuera, pero que ni se le ocurra a un cirujano decir que un examen de cero es un insulto a los profesores y a los aspirantes que no lograron plaza para estudiar medicina. Algo tiene un cocinero que nunca tendrá un cirujano. Por eso no existe MasterCirujano: porque sería una birria de programa de segunda fila.