La sorpresa ha sido que Rodrigo Rato, delfín de la derecha durante años, oráculo económico de la derecha durante años, enviado de la derecha a los más prestigiosos organismos financieros internacionales y colocado por la derecha al frente de una caja de ahorros sea un presunto defraudador, por no decir directamente un fraude. Sus antaño amigos se han aprestado a criticarle o a decir que no le conocen. Nadie se podía imaginar que un señor tan listo no fuese a ganar dinero a espuertas por sus propios medios, o sea, legalmente. Las sospechas de la administración se dirigen más bien hacia los mindundis que de repente se ven obligados a hacer una declaración complementaria por un ingreso extra de cien euros, esos aparecen en rojo en los ordenadores de los inspectores y son llamados a capítulo de forma inmediata. Este año en que la campaña de la renta ha coincidido en el tiempo con una precampaña electoral a mucha más gente le sale la declaración de la renta a devolver, curioso. Pero por si este oxigenado mensaje no fuese suficiente para que la ciudadanía se olvide de fuerzas emergentes y nuevas propuestas de hacer política y vote por los que te dan esa extra de primavera, se ha sacrificado en los altares de la justicia a uno de los miembros más preclaros del partido en el poder. Que no se diga que acabamos la legislatura sin amortizar nada ni a nadie.

Mariano Rajoy se ha enterado por la prensa de lo de su colega Rato, igual que Felipe González se enteró por la prensa en su momento de lo del GAL y de lo de Filesa, quién se acuerda ya de esos casos, suenan a corrupción y suciedad del Pleistoceno. Ambas declaraciones dicen mucho de la insonorización de las paredes de la Moncloa, y muy poco de todo el resto del poder Ejecutivo pasado y presente. De lo que le pasó al socialista después de semejante confesión de ineptitud no ha aprendido nada su colega conservador. Nadie se puede creer que los mecanismos del Estado que cazan cada año a miles de trabajadores y autónomos haciendo trampas de dos ceros en sus declaraciones no pillen a los grandes defraudadores hasta que estos voluntariamente se acogen a una amnistía fiscal diseñada para su tranquilidad. Según el director de la Agencia Tributaria, Santiago Menéndez, los datos que han salido de este procedimiento son la «repera patatera». Así lo reveló, sin soltar más prenda, con una de esas sonrisas que avanzan que el resto de los mortales nunca tendremos la posibilidad de acceder a una información que seguirá usándose como convenga a quien manda. Puede que algún otro siga la senda de Rato, puede que no.

El ´pataterismo´ es una filosofía de gran nivel y utilidad para la política. Su esencia consiste en definir un sustantivo según convenga o interese a quien la practica, muy al margen de la verdad, de los hechos empíricos o de la ética, y por supuesto, de la coherencia. Así las cosas, cuando el expresidente José María Aznar le adjudicó un «cero» a su oponente en un debate parlamentario, no fue cualquier «cero», sino un «cero patatero». O sea, la peor nota. Ahora que disponemos de un montón de datos asombrosos y jugosos sobre personajes insolidarios que se escaquean de sus deberes con el fisco, esta información es «la repera patatera», o sea, de lo bueno, lo mejor. Como si dijéramos que en su momento Rodrigo Rato fue la repera patatera y hoy se ha quedado en un cero patatero.