No debería sorprendernos la noticia de que mientras España es el mayor exportador mundial de vinos, los ingresos por ese concepto son, sin embargo, cada vez más bajos.

Francia, que ocupa el tercer puesto en cuanto al volumen exportado, es con mucho el líder absoluto por valor total de sus ventas de caldos en el exterior y triplica a España mientras que Italia, segundo exportador, la duplica. La razón es muy simple: el precio medio del litro del vino que exporta Francia supera los 5 euros mientras que el de España es poco más de un euro, muy por detrás de los de Nueva Zelanda, Portugal, Alemania, Argentina, Estados Unidos y otros países.

Ocurre lo mismo que con el aceite de oliva, del que España es el mayor productor, pero se ve superada por Italia en cuanto al volumen de las exportaciones. Italia compra el aceite a granel a España, lo envasa allí, le pone una bella etiqueta y lo vende muchas veces como aceite italiano. Es decir que, como dice el refrán, unos cardan la lana y otros se llevan la fama.

Siempre nos ha ocurrido eso. Parece que los españoles somos ya desde tiempos medievales pésimos vendedores de lo nuestro, y han tenido que ser muchas veces otros quienes, como ocurrió en su día con el vino de Jerez, comercializasen nuestros productos.

Es una cuestión de comodidad, de más vale pájaro en mano? pero el resultado de todos ello es que en las tiendas de delicatessen e incluso en muchos supermercados de la Europa central y del Norte resulta difícil encontrar un aceite de marca española. Lo mismo ocurre muchas veces en los restaurantes, donde se nos adelantan como siempre sobre todo los italianos, hábiles comerciantes donde los haya gracias también a su red internacional de restauración y a sus eficaces contactos.

Leía recientemente el problema que se va a presentar también ahora con la eliminación de la cuota láctea en Europa, que hace a muchas empresas de ese sector, y no solo españolas, temer por su futuro. En algunos países como Alemania hay ganaderos que han decidido optar por la calidad, alimentando a los animales con mejores piensos y dejándoles pastar al aire libre en lugar de convertirlos en puras fábricas de leche, lo que les permitirá cobrar más por ese producto y todos los derivados.

El problema es siempre la capacidad de presión, casi habría que decir de chantaje, que tienen las grandes superficies sobre los productores, unida a la grave crisis económica, que hace que muchas familias no puedan muchas veces permitirse pagar un precio más alto por un alimento tan básico aunque sea a cambio de mayor calidad.