El comisario de policía Kostas Jaritos va al trabajo en autobús. Cada día echa de menos su coche pero el sueldo no le da para gasolina. El coche patrulla es sólo para las urgencias y ya ni necesita poner la sirena. La crisis ha limpiado Atenas de atascos y conductores malhumorados. En la Grecia del escritor Petros Márkaris hace tiempo que no abundan los coches oficiales, ni los particulares. Tal vez si hubiera habido menos de los primeros, los ciudadanos podrían haber conservado los suyos y el comisario Jaritos no andaría lamentándose en las páginas de la última novela de Márkaris, Hasta aquí hemos llegado. En Málaga, el alcalde y candidato del PP puso ayer sobre la mesa los coches oficiales como ofrenda al ciudadano ahora que se aproximan las elecciones. Los ocho que permanecen activos se retirarán y sólo quedará uno, cuyo uso se limitará al máximo. Se imagina una la ciudad vacía de cochazos con los cristales tintados y repleta de alegres ciclistas. Un colectivo al que pertenece desde hace tiempo algún que otro político local como Eduardo Zorrilla (IU). Aunque los que se habrán alegrado de verdad serán los taxistas, que según el plan de De la Torre serán los beneficiados por la eliminación de los coches.

La ausencia de coches oficiales de las calles de Málaga es la imagen, el símbolo. La palabra correspondiente ya nos suena: austeridad. La mitad de la fórmula del programa electoral del PP, que tiene en el empleo su otra pata. Austeridad y empleo. Sin duda son dos demandas prioritarias para los ciudadanos. Aunque, a estas alturas, tener un trabajo supera a cualquier otro deseo. Y puede que hasta sea más realista volver a tener un sueldo que creer en una austeridad tardía y simplona. La credibilidad de los políticos está por los suelos. Más la de unos que la de otros, claro. Pero hay medidas que más que sumar restan, como la de los coches oficiales. Propuestas de cara a la galería que incluso ensombrecen otras que van más allá del titular.