Quizás la oferta electoral para el próximo día 24 sea la más variada y plural de nuestra envejecida «joven democracia». Hay propuestas para casi todas las sensibilidades, pero entre las originales llama la atención la marca EB (Escaños en Blanco) cuyo programa se limita a un punto: «dejar el escaño vacío». No postula el voto en blanco ni la abstención, que siempre benefician a alguno de los contendientes, sino ganar escaños con listas formales para no tomar posesión y dejarlos vacíos en los parlamentos autonómicos, así como en las cortes generales. Es, en definitiva, la sublimación del radicalismo antisistema por prescindir de toda ideología de continuidad o de cambio. Lo que consigan reducirá de hecho el número de parlamentarios efectivos, novedad que, teóricamente, puede incrementar la participación incitando al voto a quienes pensaban abstenerse o depositar en las urnas un sobre sin papeleta.

Ignoro si las normas prevén soluciones para este supuesto, cuya cristalización se remite al acto constitutivo de las cámaras tras un proceso electoral cerrado y sellado. El propósito es, precisamente, «dar valor y visibilidad inequívoca al descontento» y «expulsar políticos de las instituciones». Como se lee en las octavillas de propaganda, «si quieres protestar, díselo en las urnas». Curiosamente, preconizan un ahorro para el Estado al no recibir las subvenciones y los sueldos que exigen presencia. O sea que diferencian el Estado del sistema, llamativo matiz que induce a dudar de la coherencia del programa monodeclarativo. También ignoro si la campaña se extiende a todo el país y sus recursos, no reembolsables, se reducen a las precarias octavillas.

Es, sin embargo, otro síntoma del descrédito de la política y los políticos. Por muy bajo que fuere el porcentaje de participación, las órganos de representación de la soberanía popular establecerían el mismo reparto de poder resultante de una participación masiva. Los que se adhieran a la consigna de ausencia defenderán por ello una actitud testimonial de muy escaso valor práctico. El Estado democrático no existe sin representación parlamentaria y si aceptamos como hipótesis una mayoría de elegidos que no tome posesión de los escaños, la legitimidad se evapora. Lo más probable es que EB no consiga un solo escaño al que renunciar, pero su testimonio se suma a otros nacidos de la deslegitimación de la política. Lo asombroso es el verbalismo que predica la regeneración democrática sin asumir los compromisos indispensables para lograrla. Tendría que ser el objetivo-estrella de este año plurielectoral, pero no se ve por parte alguna.