Diez mil almas. Suponemos que algunas cariadas, perdidas en la tesela oscura de esa hora incierta del día en la que el cansancio acumulado se confunde con la arbitrariedad del placer o el mero alivio de no estar ya en la oficina. Diez mil personas. Dichas así, con ánimo de INE, hipostasiadas como libélulas fluorescentes frente a sus televisores, buscando de reojo el trozo de césped del campo del Bayern de Múnich arrojado contra el aire por el resto del vecindario. El caso es de juzgado de guardia. Al lumbreras que se le ocurrió poner el primer debate electoral en plena semifinal de Champions deberían darle un premio. Pocas veces se ha sabido de una inteligencia tan perfecta en su imperfección dual. Como estratega, el tipo es penoso, pero su voluntad científica no tiene precio. Gracias a él -o a ella-?ahora sabemos el número aproximado de personas que comen de la política municipal en Málaga, que es exactamente el mismo de las que estuvieron pendientes del debate, con un estrecho margen de error formado fundamentalmente por masoquistas y despistados (los periodistas, en general, éramos antes masoquistas, pero ahora somos despistados, en el sentido de Lorca, el de que equivocar el camino -y mucho- es pacer en la nieve).

Fiel al ensimismamiento de la política contemporánea, la puesta en escena del martes fue un ejercicio monumental de políticas de ventanas cerradas, con los candidatos hablando para sí mismos y sus huestes de bendecidos y el bueno de Santi Souvirón -profesional al máximo- luchando por no hacer la del ministro de Kim Jong Un y quedarse sopa frente a los cañones a distancia.

El debate falló. Y no tanto por el formato como por el poco vuelo del discurso de los candidatos, con los que resulta más fácil anticiparse a sus respuestas que completar un estribillo de Bisbal. Y seguramente igual de plúmbeo e innecesario. Si es verdad que la política cambia muchos esfuerzos tendrán que hacer todos para conectar con alguien. Y más en hora de máxima audiencia. Al menos que tiren de sobres, cargos, adjudicaciones y demás chucherías neoseculares.