Paso algunas temporadas en una localidad de la costa andaluza con un pasado estrechamente ligado al próspero comercio ultramarino de pasados siglos.

La elegí en su día precisamente por la belleza de su casco histórico y la ausencia, siempre bienvenida, de esas construcciones de desproporcionada altura que afean tantas ciudades costeras.

Pero he visto cómo año tras año, muchos de los edificios de valor histórico se han ido arruinando, abandonados a la acción del tiempo por unos propietarios, entre ellos bancos, que esperan sin duda tiempos mejores para su venta.

Se quejan muchos de esos propietarios de que un plan que se les prometió hace años y que habría permitido hacer algunas reformas en beneficio de la habitabilidad de los viejos inmuebles, como la simple instalación de ascensores, permanece olvidado en algún despacho.

Consecuencia de tamaña dejadez burocrática es que el casco histórico, que podría ser un importante imán turístico, ha perdido rápidamente vecinos y comercios, obligados estos últimos a echar el cierre por culpa de la insuficiente demanda.

Está además la ciudad bañada por un río, al que vuelve, sin embargo, la espalda de modo que sus márgenes parecen servir sólo para aparcamientos de automóviles sin que al Ayuntamiento se le haya ocurrido instalar allí un carril bici para animar a vecinos y visitantes a utilizar ese vehículo, aprovechando lo llano del terreno.

Y, por si fuera poco, hay también en sus proximidades un hermoso parque natural, con salinas y marismas, que podría constituir también un fuerte atractivo para el turismo de avistamiento de aves, tan popular en los países del Norte, pero que tiene en este momento pocos visitantes nacionales y aún menos extranjeros.

Sorprende la falta de imaginación de los responsables municipales, que hablan continuamente de «poner en valor» esto o aquello, recurriendo a esa insufrible muletilla de la clase política, mientras rechazan las críticas y sugerencias que se les hacen desde fuera para mejorar la deteriorada imagen de la ciudad.

Y sorprende aún más que, a juzgar por lo que dicen las encuestas, en las elecciones municipales que se avecinan y a pesar del enojo que expresan comerciantes y vecinos, muchos de los cuales abandonaron el centro y se instalaron en las urbanizaciones vecinas, vaya a salir otra vez elegido el alcalde del mismo partido que los ha gobernado hasta ahora.

Persiste en este país una cierta falta de cultura democrática, consecuencia de los largos años de franquismo, que tanto cuesta a muchos dejar atrás, y que explica comportamientos como la impermeabilidad a las críticas, la insufrible soberbia de muchos gobernantes o la reelección por los ciudadanos de tantos corruptos o de quienes en algún momento los encubrieron.

Y como ocurre en la localidad de la que hablo y en otras partes, algunos de esos políticos ineptos o corruptos incluso se han reciclado ahora en candidatos de algún partido emergente.