Días pasados, de madrugada, sobre las cinco, una pareja de policías de paisano, hombre y mujer, detuvieron a un individuo apuesto y bien vestido en las inmediaciones de la sede del PP, en la Avenida de Andalucía. Con un spray realizaba pintadas de contenido antisemita y contrarias al partido en el Gobierno. Días atrás habían aparecido estos graffitis y se habían borrado con pintura, pero aquella noche, estos jóvenes policías apostados en las inmediaciones durante horas, resolvieron la identidad del autor. Me la reservo. En los portales próximos a la sede viven el catedrático Antonio Nadal, la exconcejala Araceli González y otros conocidos. Mientras me cuentan este sucedido, sigo con la mirada la descarga de los cuadros de Esteban Arriaga en la Aduana Vieja. Su hijo me dice que en uno de esos lienzos, aquel, en ese barco de color negro, se trajeron los restos de Colón a España. El 19 de enero de 1899, el crucero Conde del Venadito atracaba con los restos del «virrey de las nuevas tierras que se conquistaran». El féretro fue traspasado al yate Giralda para que hiciera su entrada solemne en la ciudad de Sevilla. La muchedumbre se agolpaba en el embarcadero, justo delante del palacio de San Telmo. Susana Díaz no estaba. El Almirante que nunca antes remontó en vida el Guadalquivir, casi cuatro siglos después de su muerte subía aguas arriba. El duque de Veragua, descendiente directo del insigne, y el notario Rodríguez Palacios levantaban acta de la entrega de la caja de hierro donde yacía el descubridor del Nuevo Mundo.

Vuelvo a la conversación. El viernes de la pasada semana, Miguel Ángel García Pinto -no Rodríguez Pinto, no- se encontró en la barriada de Las Huertas, en Ecija, con quien creyó el agresor sexual de su hija Ángela, discapacitada. Le golpeó y el presunto terminó en el hospital y 24 horas después fallecía. Se llamaba José Bermudo. Seguro que fue un accidente. ¿Si hubiera muchos más accidentes así el mundo sería más seguro? Nunca lo sabremos pero ahora el mundo sí sabemos que no es seguro. Mientras, los sociólogos Luis Ayuso y Livia García se afanan en desentrañar los misterios de la sexualidad -tengo que comentarle el estudio a Francisco Cabello Santamaría, mi sexólogo de cabecera- y dan a la luz Los españoles y la sexualidad en el siglo XXI, que se presentó en Económicas -¡que juego está dando el 50 aniversario!, Eugenio Luque-.

En la obra se afirma que las mujeres se fijan más en el carácter y los ojos, y los hombres en los pechos. ¡Qué groseros somos los hombres, qué espirituales las mujeres! Toda una vida para descubrir esto€ Mi desconsuelo se evapora cuando conozco al ganador del VII Premio Málaga de Ensayo José María González Ruiz, el diplomático -actual embajador en Honduras-, Miguel Albero, con su obra Godot sigue sin venir en la que se indaga sobre el concepto de la espera. Aparto los ojos del montón de papeles que cada semana alguien me deja en una bolsa de El Corte Inglés en el garaje, documentación sobre el fraude de los cursos de formación que investiga la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil. Me echo unas gotas de colirio para aliviar tanta tensión de mis pupilas y sigo leyendo, voy por julio de 2014, cuando declara el ex director general de Formación para el Empleo, Carlos Cañavate. Entonces eran 950 millones de euros pendientes de justificar, ahora la Benemérita tras analizar expedientes hasta el 25 de julio del pasado año eleva la cifra. ¡Ay las exoneraciones!, ¡cuántos disgustos quedan por venir!, por eso es tan intranquila la espera. Sigo leyendo:

El Don podía sentirse satisfecho. El mundo era un oasis de paz para todos aquellos que habían jurado lealtad a su persona, mientras para otros muchos que creían en la ley y el orden era un infierno donde se moría como una rata. Lo único que le disgustaba era que su hijo menor, Michael, se hubiese negado a recibir ayuda y hubiera insistido en alistarse como voluntario en la Marina, al igual que hicieron algunos de los miembros más jóvenes de la organización, ante el asombro del Don. Uno de ellos, tratando de explicar a su caporegime el motivo de su decisión, dijo:

Este país se ha portado bien conmigo.

Cuando el Don se enteró de esta razón, le espetó al caporegime.

¡También yo me he portado bien con él!

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(El Padrino, Mario Puzo).