Jugar, por parte de algunos partidos, con la situación generada por una terrible crisis económica, acompañada de otra más grave como es la ausencia de valores, es, cuando menos, imprudente y demagógico. Gobernar con la decisión prudente que dan los votos era obligatorio.

Reorganizar la producción para conseguir mayor rendimiento era obligatorio, aunque nos quiten aquello por lo que hemos lloramos alguna vez.

«Dictar» (de dictador) las normas para resolver la nueva situación no sólo era conveniente sino moralmente obligatorio cuando los votos te han asignado esa misión. Lo que ha olvidado el PP, y en su día el PSOE, es que los reinos de Taifas, las baronías, los terratenientes debían haber asumido, también, el correctivo general.

Los cinturones de la clase obrera pueden servir para ajustar la ropa, jamás para sofocar y asfixiar a las personas.

La hipocresía de los partidos, de los políticos y de los legisladores es no haber limado la economía de todos ellos y sus adláteres a los niveles prudentes que exigía la crisis de toda la sociedad.

Ahora lloramos porque el populismo promete mejor vida sin decir cómo y que los del cinturón asfixiante se lo creen.

¿Cuántos cargos honoríficos, de reuniones periódicas, de nula responsabilidad, consejeros de generalidades, cobran lo que ocho o diez obreros juntos?

Mejor sería reorganizar la clase media ajustándola a la realidad y no a la «imagen estereotipada del ejecutivo del Wall Street».