Aún resonando el zumbido de la desaprobación, con atisbos nacionalistas, al himno español en la final de la Copa del Rey, pita la cual dejó en fuera de juego al resto de los habitantes de un país más kafkiano, si cabe, en estos días de pactos paradójicos, alumbra la luz solariega de junio a una ciudad incierta, cuyos gobernantes, aún en funciones, deshojan margaritas mientras las jacarandas alfombran sus calles con tonalidades azul violáceas de pasión evocadora.

Vehemencia tornada en hermetismo tras la agenda apremiante de negociaciones silenciosas, cuyo entramado desborda, por su complejidad jeroglífica, a cualquier novela negra propia de Raymond Chandler o Dashiel Hammett. Los dos grandes partidos ya tienen contendiendo a sus ávidos negociadores con el designio de no turbar los ánimos de Ciudadanos, protagonista clave en esta intriga delirante hacia la meta del Consistorio. Así, se articulan quid de avenencia tales: nunca se debe aceptar una propuesta inmediatamente, aunque parezca buena. Jamás se debe cerrar un trato con alguien necesitado de «pedir la aprobación de su jefe». Que parezca innegociable no quiere decir que lo sea. Los instintos no son comparables con la información. Siempre se puede llegar a un acuerdo cuando ambas partes ven el beneficio que obtendrán..., toda una serie de estrategias para llegar a alianzas de poder fructíferas. Los comisionados deben pensar, parafraseando a Franz Kafka, que todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificioso levantado alrededor de una realidad adulterada. Eso sí, cuando se dirima esta contienda, el resultado de la misma lo podremos considerar en la portada de La Opinión, quince años dando voz a Málaga. Escuchen a la calle Larios.