Un viejo amigo me contaba el otro día su desesperación, su agonía, su ruina. Su historia es la de muchos otros que perdieron el esfuerzo de toda una vida, me pedía apretando los puños que pusiera voz a su situación, y como uno se cree un poco Sabina aquí va mi parte en este pacto entre caballeros:

A ti, sí, a ti. A ti que te ríes sin darte por aludido porque no tienes corazón sobre el que poner la mano con la que estrechaste la mía, a ti que te vas de vacaciones con lo que me debes, a ti que piensas que el honor es cosa de débiles, a ti que te acercaste por puro interés, a ti que crees que vales más que otros, a ti que, en definitiva, acallas tu deudora conciencia subiendo el volumen de tus mentiras. A ti, cobarde.

No me importa si eres un cliente que no paga un servicio impecable, un maestro del escapismo por la trampilla del concurso de acreedores, un estafador de poca monta, un político con disfraz de mesías, un familiar manirroto, una hiena que se alimenta de la necesidad, un clausulado leonino con forma de sonrisa o un cabrón ajeno a la tristeza. Te creas quien te creas para mí no eres más que una promesa podrida que nació de la indecencia.

No llego a entender por qué piensas que no debes pagar. Supongo que a fuerza de engañarte a ti mismo te has convencido de tus pobres excusas, imagino que miras al espejo y te ves intocable, pero créeme, no lo eres. Aún estoy esperando que vengas a decirme que atraviesas una mala racha y que por favor comprenda que necesitas un poco más de tiempo, o que estás dispuesto a reconocer tu deuda y a hacerle frente poco a poco, pero resulta que no, ya ni coges el teléfono. Sé que tienes el dinero en tu bolsillo porque no está en el mío, y por lo visto mi necesidad no es tu prioridad.

Me cuentan que te han visto con un coche nuevo, pavoneándote por el barrio entre esos imbéciles que te ríen las gracias porque les invitas a vino barato, contando batallitas de lo bien que te lo montas, humillando el buen nombre de un padre de familia o de un humilde trabajador que, maldita la hora, se fiaron de tu palabra. Me dicen que llevas a gala tu capacidad de escaquearte, tu arte a la hora de amedrentar a quien desesperado te pregunta por lo suyo, tu don para resultar insolvente. Te he visto en internet posando en el fútbol, comiendo en restaurantes caros, de viaje con tu familia, y en todas las escenas sonríes ampliamente como si supieras que te miro, escupiendo sobre la memoria de una confianza que jamás te di pero que, como con todo lo que no te pertenece, hiciste tuya.

Pienso en ti a todas horas. Cada vez que llega una nueva factura me acuerdo de tus maniobras de trilero, cada vez que no puedo llevar a mis hijos al cine recuerdo tus engañosos juegos de palabras, cada vez que me dejo un trozo de orgullo en la casa de empeños invoco tu mísera existencia y la de quien te hizo posible, pero una cosa te digo, ya no te tengo miedo, ya no lloro de impotencia ni bajo los brazos. Gracias a ti no tengo nada y nada tengo que perder.

No cometeré ningún delito, no usaré tus trucos, no temas. No sabrás cómo, ni cuándo, pero ten por seguro que más pronto que tarde me suplicarás clemencia, porque he de verte arrodillado pidiendo perdón a los míos y arrastrándote como la inmunda alimaña que eres. Disfruta mientras puedas porque te juro que como me ves te verás, y esta vez será justo, porque tú sí que te lo mereces. Tú, sí, tú.