Uno mira a la naturaleza y se rinde. Especialmente cuando nuestra mirada es de las que ven, y no de las que solo miran. En la naturaleza todo es coherente y simple, sobre todo simple, porque su complejidad es solo apariencia. La naturaleza un día decidió la armonía de las cosas, y ahí siguen ellas, en su sitio, parsimoniosas y acompasadas. Ni el azahar, ni el jazmín, ni la dama de noche huelen a destiempo; ni los crepúsculos, ni las auroras tienen más luz de la que deben; ni el rocío llega tarde a su cita; ni el gallo canta a deshoras. De las cosas de la naturaleza ninguna sobra, salvo algunas tribus terrícolas. Cuando me tropiezo con las de los camanduleros gandules, las de los hipócritas bellacos y las de los embusteros farsantes que pastan entre nosotros, me pregunto si son obra de la misma naturaleza de los crepúsculos y las auroras y los rocíos y los gallos cantores, o son los efectos colaterales de una naturaleza enemiga. Lo mismo me pregunto cuando me cruzo con las tribus de adulones santurrones y las de embaucadores belitres y las de enredadores falsarios: ¿Serán de aquí esos individuos? ¿Y los «seres humanos normales», de qué naturaleza serán los «seres humanos normales» del presidente Rajoy? ¡Qué cosas tiene el presidente, ¿verdad...?!

En la naturaleza no hay cosas viejas. Las cosas de la naturaleza son viejas cosas. Las cosas viejas dan razón de caducidad, de obsolescencia, de vetustez..., y no encuentran sitio fuera de su tiempo, por eso terminan muriendo. Por el contrario, las viejas cosas parecen fenecer cada vez con cada uno, pero renacen cada vez en todos. Las viejas cosas no mueren de muerte, si acaso, mueren de olvido, de propio olvido. Ay, el olvido, esa cortina espesamente atezada que silencia las memorias y las desrecuerda calladamente.

Las viejas cosas, los viejos recuerdos, los viejos amigos, los viejos hermanos elegidos..., son compañas maestras, institutrices, sabidurías que iluminan y aligeran de oscuridad el conocimiento y el sentimiento, y los lustran y los ilustran y los charolan, incluso cuando son viejas cosas amargas.

Los turísticos también obedecemos al orden universal de lo vetusto y de lo enjundioso y desde el primer minuto, aplicadamente, hemos venido sembrando el predio turístico de turismo bueno y de turismo malo. El turismo bueno, con los años, termina siendo viejo turismo. El turismo malo, como las cosas viejas de la naturaleza, termina siendo turismo viejo. El viejo turismo abrillanta y ennoblece con su pátina; el turismo viejo envilece y oxida y desnaturaliza.

La manera en la que el turismo apareció en nuestras vidas -llegó sin avisar, al asalto-, tiene que ver con nuestros modos, con nuestros propósitos y con nuestros estilos a lo largo de la vida. El tren de la reactividad ha sido nuestro único tren durante demasiado tiempo. Hemos pasado buena parte de nuestro oficio turístico reaccionando ante las circunstancias, como única estrategia de negocio, y eso deja poso, un poso oscuro. La reactividad es el estilo de vida de los pasivos. La proactividad el de los activos; el de los que asumen la realidad con valentía, potenciando oportunidades y fortalezas sostenibles y desechando toda oportunidad inmediata que pueda entorpecer el futuro. Hoy, concretamente hoy, la OMT está hablando de estacionalidad turística en Torremolinos, el héroe y precursor de nuestra industria, el virrey de todas las tierras y marquesados turísticos de nuestra España. ¿Cuántas viejas riquezas tiene Torremolinos? ¿Cuántas riquezas viejas tiene Torremolinos? ¿Cuánto de enjundia turística tiene nuestro buque insignia y cuanto de vetustez turística? No, no voy a reflexionar sobre Torremolinos. Hoy no. Hoy la reflexión le corresponde a usted, paciente lector.

Independientemente de cuál fuere nuestra reflexión, no está de más recordar la de Sartre. Don Jean Paul opinaba que lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros hagamos con lo que han hecho de nosotros. El preclaro Sartre propugnaba la proactividad, es evidente.

Hoy que la OMT está aquí, en casa, habría sido hermoso hacer de su visita un hito científico que nos empujara a meditar en serio sobre nuestras viejas maneras, para bendecirlas; y sobre nuestras maneras viejas, para desterrarlas. Pero no sé, visto lo visto, me da que también en lo de hoy hay mucho más de maneras viejas que de viejas maneras. ¡Una pena mu grande, tú...!