La reina Sofía se quejó en alguna ocasión de no tener barba, carencia que le impedía taxativamente acceder a uno de los lugares más santos de su Iglesia ortodoxa, el monte Athos, en el que varias comunidades de monjes han acrisolado buena parte de la mística cristiana no latina. Tener una barba suficiente es todavía hoy el requisito para acceder al monte santo, y el origen de esta condición es que ninguna mujer pudiera colarse en un lugar reservado a los varones y sus cenobios.

La barba ha sido signo identificativo de ciertos hechos cristianos. Además de que la luzcan casi todos los sacerdotes y monjes ortodoxos, fue distintivo, y es, de órdenes religiosas como los franciscanos o los capuchinos. Que un papa fuera o no barbado también ocupó en algún momento las preocupaciones de camarlengos y cronistas.

El origen de ciertas reglas en las religiones es interesantísimo. Por ejemplo, el antropólogo Marvin Harris realiza una sutil demostración de porqué se originó el más célebre tabú alimentario de los semitas, de judíos y musulmanes, es decir, la prohibición de comer cerdo. Harris cruza dos hechos: uno, que la crianza del puerco es la menos indicada para las tribus nómadas del desierto; y, segundo, que ello no obstaba para que los paladares semitas se dieran cuenta de que existen pocas cosas sobre la tierra tan exquisitas como los productos del cerdo. En consecuencia, si era un animal escaso entre los semitas nómadas y, ademas, era una maravilla para el paladar, lo más práctico para evitar conflictos consistía en eliminarlo de la dieta. Suprimido el cerdo, se acabaron los lamentos por no poder criarlo y disfrutarlo.

Volviendo a la barba, esa barbarie yihadista mal llamada Estado Islámico (EI), ha decretado 50 latigazos para aquel que se afeite y el degüello si insiste en hacerlo. El uso de la barba en el Islam se basa en la larga barba del profeta Mahoma, pero, siendo este precepto muy moderado, el EI lo ha desmadrado, como todo cuanto toca, que acaba en sangre.

Hay un cuento del jesuita Tony de Mello que narra lo siguiente: «El gurú acudía al culto todas las tardes y un día le distrajo un gato que solía andar por el templo, de modo que mandó atarlo durante los ritos. Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato para poder atarlo durante el culto. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel del gato en la celebración de un culto como es debido».

Jesus de Nazaret, que probablemente usaba pelo largo y barba, por ser Nazir, o judío consagrado, eligió a sus apóstoles según un patrón dominante: eran pequeños empresarios (pescadores), galileos y sólo varones. Es curiosa la habilidad de la Iglesia, y de Pablo de Tarso, para librarse de la condición galilea y de la procedencia social. Sin embargo, el sexo varón, que tiene mucho que ver con la barba, permanece incólume como elemento de exclusividad.