Nunca he creído mucho en la legitimidad de la costumbre como fuente del Derecho, puesto que las costumbres están hechas por el común de los mortales, pero no por los mejores mortales así que, por ello, su justicia y racionalidad son más que dudosas. Viene esto a cuento de que, de vez en vez, nos enteramos por los medios informativos de que apalizan a determinados delincuentes otros delincuentes que, por lo visto, se creen superiores moralmente a ellos. Los únicos legitimados para impartir justicia son los jueces. Por tanto, es ridículo que los internos se crean jueces cuando de lo único de lo que deberían ocuparse es de cumplir su condena lo mejor posible y regenerarse. Hacer la vida en las cárceles más dura y difícil de lo que ya es, es por sí mismo un delito grave, aun-que, a menudo, quede impune. La locura humana no tiene límites: cuando no se puede destacar por lo bueno, se pretende destacar por lo malo. Pues ya saben esos «justicieros» lo que son: delincuentes por partida doble o triple. El colmo de los colmos se da cuando ajustan cuentas, encima, con personas que no son ni siquiera delincuentes, sino víctimas de errores judiciales o de errores sociales.