Lo contrario de «hombre» no es «mujer», porque «mujer» es su igual y lo igual no puede ser al mismo tiempo lo contrario. Lo contrario de «hombre» es «macho». La voz «hombre» nos encamina hacia lo humano, la voz «macho» nos lleva a la peor parte más innoble de la animalidad, a la violencia, a la rabia ciega y asesina.

Otra mujer ha muerto a manos del macho, esta vez en un pueblo cercano a Sevilla. El asesino, pese a su millón de caras, es siempre el mismo, el macho atávico, brutal, irracional, que ataca a la mujer indefensa con toda la furia de su impotencia, de su bestialidad, con cualquier cosa que tenga a mano.

Jamás empleo la expresión «violencia de género» para hablar de estas cosas por dos razones fundamentales. La primera, porque el género es una cuestión de gramática y no de sexos. En español hay género neutro, pero no existe un sexo neutro. La segunda, porque creo que «de género» le roba fuerza, que el hecho de llevarlo hacia el campo gramático enmascara la verdadera fuente del asunto, la suaviza demasiado y casi la esconde. Se trata, sin tapujos, de violencia del macho sobre la mujer y es, por tanto, violencia machista. Las diferencias semánticas son importantes porque las palabras nunca son inocentes. De ahí que el «machismo», con su inconfundible raíz, venga de donde viene y por eso hay que combatirlo, mientras que el «feminismo» no es, ni con mucho, su antítesis, sino una lucha justa y siempre desequilibrada (lo que la hace aún más justa) de las mujeres por alcanzar el estatus real que merecen.

Es evidente que el macho no puede seguir teniendo cabida en nuestra sociedad, que tenemos que aislarlo, porque el macho siempre verá en la mujer no a una mujer, sino a una hembra, algo inferior a él y algo de su propiedad, y por lo tanto algo a lo que puede hacer lo que le venga en gana cuando le venga en gana, y eso incluye matarla a golpes con la tapa del retrete, como acaba de ocurrir, uniendo asesinato y humillación.

«Macho» no es sinónimo de «hombre», sino la degradación del hombre. Ni siquiera es su antecedente evolutivo. Es una degeneración, una depravación, una perversión. El hombre que desciende a «macho» no es más que un espécimen, quizás material solamente para la jaula del zoológico o la investigación científica, pero no para la convivencia en sociedad, para moverse entre humanos evolucionados. A ese «macho» contrario de «hombre», capaz de la vileza de humillar, golpear, matar a una mujer, le toca ya la extinción.