Que la venganza se sirve en plato frío bien lo saben los centroamericanos que han esperado cinco siglos para martirizarnos con el perreo y demás melodías insoportables. De esta forma tan sibilina nos pagan con creces por los desmanes cometidos por algunos conquistadores, y si no me cree vuelva usted a leer el título del artículo en voz alta. Hágalo y comprobará que inmediatamente se le pone la gorra de lado, los dedos de su mano se flexionarán en postura imposible, andará como si se le cayeran los pantalones y sin venir a cuento empezará a decir cosas como: ya tú sabes mi amol, ponme tó eso palante, oye pana oye brothel, o papito dámelo rico.

La fórmula que utilizan para alcanzar el éxito es tan simple como eficaz. Basta con pensar en la palabra más anodina posible, véase taxi o serrucho, pronunciarla hasta la saciedad, poner a un chimpancé tocando una caja de ritmos, vestir al cantante con una camiseta bien apretada, rodearlo de bailongas culonas sin amor propio, salir en la portada con cara de hijo de Ortega Cano a las seis de la mañana, que un tío de voz ronca llamado Pitbull diga al principio de la canción «Hello from Miami to Cuenca» y ya tienes un superventas asegurado.

Antes de criticar mi teoría piense que hasta Enrique Iglesias o Kiko Rivera viven de repetir tres silabas con un tambor de fondo. Este caballo de Troya con forma de videoclip ha inundado cada celebración popular y buena prueba de ello es la feria de Marbella que vivimos estos días. Ahora no existe fiesta sin reggaetón ni político sin pactar condición. Emisoras de radio, canales musicales y grandes productoras, todas han sucumbido al compás ramplón, a la letra machacona y al baile sudoroso.

No es que uno sea un carca anclado en Manuel de Falla o Mocedades, pero convendrán conmigo que lo de antes, me refiero hasta los 80, era otra cosa. Antes se cantaban historias, se transmitían emociones, olía a cuero y cuerda de guitarra. Los cantantes se lo curraban en los garitos a golpe de furgoneta, colillas a medias y copas en vaso de tubo. Ahora un imberbe se graba vestido con el chándal más hortera que tiene, le pone una base rítmica, se bautiza como DJ Tontodelpueblo, lo sube a YouTube y tachán, nominado a los Grammy Latino con diez millones de descargas.

Pero si hay algo que me maravilla en este género musical por encima de todo son sus coreografías. De lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior, canela fina oiga. No sé si es por la pátina tribal con que se corrompen la bachata y el merengue, el ansia de sentirse parte de la manada o la facilidad de unos pasos que te convierten en Fred Astaire versión Latin King, pero lo cierto es que así como el que no quiere la cosa te va inundando un deseo irrefrenable de seguir el ritmo, una necesidad imperiosa de llamar mamita a la chica de al lado, un no parar tan intenso que das la noche por perdida si no te levantas con ganas de empadronarte en la República Dominicana.

Centroamérica goza de muchas virtudes, pero la música que exporta actualmente no está entre ellas. Menos mal que ahora anda por allí Felipe González para dejar las cosas claras.

Estando así el panorama me he propuesto revisitar cada cierto tiempo mi vieja discografía para no olvidar de dónde vengo y a quién debo mi gusto por eso tan bello que llamamos canción. El problema es que por mucho que intento permanecer ajeno esta moda empieza a afectarme. Hoy por ejemplo mi mujer me ha dicho de ir al Lidl y yo le he contestado «¿Al Lidl? Follow the Lidl, Lidl, Lidl, follow the Lidl, sígueme».

Sálvese quien pueda.