Pocos candidatos como Manuela Carmena han concitado tanta ilusión en el centro-izquierda, en Madrid y en toda España. Sin embargo a partir de su casi-triunfo los hechos y dichos de Carmena han sido error tras error: actuar como alcaldesa antes de serlo, decir que no se siente vinculada a ningún partido y vuela sola, o manifestar que denuesta la política, como si hubiera llegado a donde está por acción directa del Espíritu Santo. Y para colmo, su interpretación del viaje de Felipe González a Venezuela como fruto del interés de «sectores de la política más tradicional» en desprestigiar a Podemos. Ella debe ser hoy nueva alcaldesa de Madrid, por razones incluso de salud pública, pero convendría que se fuera despojando cuanto antes de esa mezcla de acracia mal entendida y sectarismo del más rancio estilo que hasta ahora ha exhibido. No hay peor decepción que la de las grandes ilusiones.