El compromiso contra la detención de políticos de la oposición en Venezuela debe ser radical, hasta el punto de aconsejar la interrupción de la venta a ese país de material militar español por millones de euros, un tráfico comercial que domina el ministro Morenés y que goza de la complacencia de Rajoy. ¿O quizás no conviene llegar tan lejos? En todo caso, pasaportar a Caracas a Felipe González puede inscribirse en la lista de castigos excesivos. A su favor, apenas si había aterrizado antes de volver a despegar, en estricta aplicación de la política de portadas gráficas o photo ops. Y para que la tortura sea conmutativa, el expresidente socialista se vio obligado a utilizar la aviación comercial en lugar de los reactores privados, con objeto de no deslucir el objetivo humanitario de su misión.

El primer escritor que novele el valeroso viaje de González no detendrá su periplo en Caracas, sino que lo prolongará hacia Arabia Saudí o China, incluso más necesitados que la dictadura caribeña en el campo de los derechos humanos. Los saudíes y los chinos recurren a técnicas de amputación o fusilamiento, respectivamente, para disuadir a quienes insisten en adoctrinarles a domicilio sobre sus carencias liberticidas. Sin embargo, este riesgo no frenará al nuevo campeón humanitario. Según la clasificación siempre discutible de Reporteros sin Fronteras, Venezuela ocupa el lugar de 137 de 180 países en cuanto a respeto de la libertad de prensa. Alarmante, pero por encima otra vez de Arabia y de China. También Turquía, Rusia o Egipto ofrecen resultado más preocupantes, González va a tener una jubilación muy ajetreada si ha de resolver la situación en estos enclaves, aunque sea en viajes de apenas un día de duración.

Las clasificaciones de déficit democrático colocan a Venezuela a la altura de México. Seguro que a González no le temblará el pulso si ha de pisar los callos de sus opulentos magnates mexicanos, para reclamarles que colaboren a mejorar el delicado status de su país. La hipótesis contraria, que el líder socialista ha participado en una maniobra orquestada para desacreditar a Podemos, no encajaría en su biografía altruista. Por supuesto, un contingente de españoles tiene derecho a sentirse superado por la democratización selectiva de González, tan parecida a la caprichosa designación por parte de Bush de los países que había que bombardear hasta que se convirtieran a la democracia. Pocas personas fijarían su residencia en un país gobernado por Nicolás Maduro, pero también preferirían que no les impusieran los criterios económicos de China sin consultar y sin haber votado comunista.

La visita relámpago de González a Venezuela como «asesor técnico de la defensa» coronó todos los objetivos fotográficos perseguidos. Aun admitiendo un asomo de decepción en los políticos encarcelados por Caracas, ante el hecho de que el protagonismo recaiga en su frustrado liberador, el próximo viaje de solidaridad subvencionada del líder del PSOE puede lograr su aterrizaje en Barajas. A escasos kilómetros de la terminal, y el mismo día en que las cámaras lo bendecían en suelo venezolano, un juez de la Audiencia Nacional debía archivar la instrucción del caso Couso porque el Gobierno del PP le ha quitado legitimidad a la justicia universal que pretende González. Es decir, España se ha cercenado el derecho de perseguir el homicidio de un ciudadano propio en el extranjero. La identificación de los oficiales norteamericanos implicados no ha surtido efecto. Por lo menos, hasta que González vuele a Washington en olor de cámaras. Mientras tanto, la clasificación de Reporteros sin Fronteras sitúa a España en un modesto lugar 33, por debajo de países como Lituania o Letonia. Sería tan desaforado atribuir este déficit a la herencia recibida del felipismo como desvincularlo absolutamente de un patrimonio mejorable.

No abundan las declaraciones recientes de González sobre el maltrato de los derechos humanos en países distintos de Venezuela. El santo patrón de los líderes políticos es el flautista de Hamelín, porque han desarrollado el instinto de lograr que la opinión pública les siga sin rechistar en la persecución de sus melódicas obsesiones. Llegada la hora de las reclamaciones, ya han volado a Caracas o a geografías todavía más exóticas, en persecución de su último delirio equinoccial. Siempre tienen razón, pero sucesivamente. A saber, el creador del felipismo también acertaba sin duda cuando en los albores de la democracia defendía el irrenunciable «derecho a la autodeterminación de los pueblos». Nada refuerza tanto las convicciones de una persona como la sensación de invulnerabilidad que confiere un avión. Con un buen copiloto.