Málaga se ha convertido en una de las pocas ciudades grandes donde no se ha materializado un cambio de gobierno municipal. En sí no es ni bueno ni malo, salvo que parece necesario para una regeneración profunda que las instituciones oreen y oxigenen sus armarios y cajones cada cierto tiempo. Cuatro años, un periodo razonable. Volviendo los ojos hacia nuestra ciudad comprobamos que el voto entregado a Ciudadanos ha sido usado por Juan Cassá para perpetuar a Francisco de la Torre en su trono y dejar a Málaga sumida de nuevo en su viejo laberinto. Con la firma de ese acuerdo Cassá se ha convertido en el más fiel militante de las filas populares. Ha entrado en el partido por la puerta grande y ha saltado a muchos carnés que pagaban su cuota desde hace años sin conseguir ningún carguillo. Quienes han votado Ciudadanos no votaban al Partido Popular. Si hubieran querido más tazas del caldo de Don Francisco, pues eso, habrían votado a Don Francisco y no a un partido emergente del que se suponía que iba a traer algún aire de cambio. Para este viaje no hacía falta ninguna alforja nueva. Corren anécdotas de Cassá por los mentideros de la ciudad, tanto periodísticos como de simple barra de bar nocturno. Según cuentan, pregunta por plazas y calles principales del centro, y durante la campaña electoral confundió el Guadalmedina con el Guadalhorce. Incluso proyectó el paso de un tranvía pero no se sabe muy bien por cuál de los lechos, dadas sus confusiones de geografía malagueña elemental. El caso es que Cassá no se cansa de demostrar sus amplios desconocimientos de la ciudad que pretendía dirigir. Frente a él, un De la Torre capaz de indicar el número exacto de baldosas que hay en un callejón secundario junto a un bloque de la periferia. Un excelente conocedor de Málaga que ha multiplicado su equipo de gobierno hasta convertirlo en una corte con sueldos versallescos y poderes que, tras este pacto con Cassá, quedan garantizados durante una legislatura. A Don Francisco le ha salido en extremo barata esa huida de votos que sufrió desde su persona, más que desde el PP, hacia Ciudadanos, más que hacia Juan Cassá.

La aparición del multipartidismo en España ha tenido como consecuencia una significativa variación en el color del mapa político nacional tanto en gobiernos autónomos, como en municipales. Allí donde no se ha producido un cambio de gobierno, como en Andalucía, podemos suponer a priori que sí se ejercerá un mayor control sobre las actuaciones de las consejerías, ahora observadas desde una oposición capaz de promover un adelanto electoral ante cualquier incidente. La situación en los ayuntamientos es muy distinta. Ciudadanos en Málaga podría haberse quedado quietecito en la oposición y de la Torre habría tomado alquiler, en vez de propiedad, de la vara de mando como lista más votada. Ahora hay un pacto encima de la mesa que una vez leído deja la sensación de que se ha entregado Málaga por unas cuantas estampitas imprecisas y descoloridas. El pacto que ha sellado Cassá tiene párrafos que parecen redactados a veces por un comité de empresa de trabajadores municipales, a veces por un escribano con efluvios de personaje de Berlanga. Un texto Disney plagado de buenos deseos para el futuro. Así, las estructuras y sueldazos de los altos cargos municipales quedan blindados y lo único que se dice es que se estudiará el modo de reorganizar todos esos recovecos. Todo malagueño conoce la tozudez demostrada por de la Torre en la defensa del bienestar de esa plantilla de oro que él articuló. Como compensación de esa permisividad de Cassá o Ciudadanos en rima con la arbitrariedad de Don Francisco a la hora de nombrar amiguetes para que vivan a gusto de las arcas públicas, se incluyen medidas de tanto progreso como el que los malagueños vamos a plantar árboles, tendremos un bonobús anual, o acudiremos más a las playas. Un dechado de imaginación política. De nuevo se hace verdad aquel aserto de Lampedusa. Ha sido necesario que todo cambiara para que todo siguiese igual. Esta vez mediante la incongruencia de un partido o de un dirigente votado para que algo sí cambiase.

*José Luis González Vera es profesor y escritor