Pareció indignarse el otro día nuestro Felipe González a su regreso de Venezuela por el hecho de que la prensa española le preguntase por lo que ocurre aquí en lugar de lo que por lo que le interesaba a él contar.

También podía habérsele preguntado por sus pasados lazos de amistad con un político venezolano también socialdemócrata como Carlos Andrés Pérez, el mismo que terminó a sangre y fuego en 1989 con una revuelta popular en aquel país contra las imposiciones del Frente Monetario Internacional en 1989, algo conocido como el Caracazo.

Esas son cosas, como tantas otras, demasiado pronto olvidadas y que no les gusta recordar a muchos que hoy denuncian machaconamente la sin duda reprobable deriva autoritaria del régimen chavista, al que examinan con un rigor que nunca aplicaron, ni aplican tampoco ahora, en otros casos.

No será el firmante de estas líneas quien defienda a un personaje como el actual presidente de aquel país, un político tan despótico como torpe, pero tampoco parece que el protegido y luego valedor en su día de CAP sea el más idóneo para denunciar la falta de democracia y la violencia en aquel país.

El ensoberbecido González demostró además en su rueda de prensa su poco respeto a la actual democracia española al tildar a los representantes de Podemos de «monaguillos».

La prensa más conservadora - y no sólo ella- ha abusado en la pasada campaña electoral del sin duda lamentable caso de Venezuela para sembrar el miedo entre quienes, hartos del bipartidismo, han querido votar aquí a los nuevos partidos, que al menos prometían luchar contra la corrupción.

Hay demasiados intereses económicos en juego como para que la mirada sobre Venezuela de ciertos sectores y medios de comunicación españoles sea lo pura e independiente que sería de desear.

Parece como si hasta la llegada del chavismo, Venezuela hubiese sido una especie de Noruega en Latinoamérica, un país democrático, libre y sobre todo igualitario, y los ingresos de su mayor riqueza, el petróleo, se hubiesen repartido solidariamente entre todos sus ciudadanos. Algo que tampoco ocurre con el actual régimen, me apresuro a añadir.

No, Venezuela fue durante demasiados años un país tremendamente insolidario, con una clase media alta a la que, como a tantas otras de esa Latinoamérica tan desigual, gustaba viajar periódicamente de shopping a Miami mientras la mayoría de la población seguía hundida en la pobreza.

Hay que tener en cuenta esas y otras muchas cosas para entender la popularidad inicial del chavismo entre los sectores más pobres de aquel país. Y, sin justificar ni de lejos ciertos comportamientos injustificables del actual poder, habría también que pedir a algunos menos hipocresía.