...Y también para el invierno, pues la ilusión y la esperanza entraron el 13 de junio en los ayuntamientos, invadiendo pórticos, salones y hasta la más recóndita y oscura de las oficinas de contratación. El pasado sábado tomamos el futuro en nuestras manos para hacernos responsables de él, tras permitir que nuestro presente fuera gestionado por gente sin escrúpulos. E igual que los españoles en abril de 1931, tuve la sensación de que España se había levantado distinta. Y vaya si era distinta, solo bastaba mirar el mapa de colores de los nuevos ayuntamientos. Me invadió entonces el sentimiento y la emoción de estar recuperando la historia que nos fue arrebatada en 1936, de volver a ser una sociedad ilustrada, activa, reflexiva y exigente. Esta emoción no es una evocación nostálgica del pasado, ni el deseo de convertir el pasado en uno de aquellos futuros no realizados, es un agujero de gusano que conecta -sin solución de continuidad- dos tiempos que fueron separados por un futuro que nos fue impuesto y olvida el tiempo que los separa como un meandro abandonado de la historia. Como antaño, la multitud ha invadido las plazas para ver la constitución de los nuevos ayuntamientos y saludar a sus nuevos regidores como a un ciudadano más, fundiéndolos con ellos. Hubo emoción, lágrimas, abrazos. Y después fiesta en las calles, para agasajar al cambio que ha llegado.

Tras las elecciones municipales del 24 de mayo ha quedado claro que España ha dicho no al denostado país analógico del amigo y del pelotazo -palabra que según el diccionario tiene tres acepciones: golpe dado con una pelota; trago de bebida alcohólica o negocio de dudosa legalidad con el que se gana mucho dinero de una manera rápida- y ha dicho sí a la España de las paredes de cristal y del streaming digital y a la República -ecológica- aún por venir. Tras estas elecciones renacen las Españas y las izquierdas, surge un país plural, diverso y genial que se ha sacudido los yugos y las flechas que nos oprimieron y que tan presentes estuvieron en el imaginario colectivo de la transición. Quizás no pudo ser de otra forma. Y en este país real de las Españas todos somos necesarios -incluidas las derechas- sin que ninguno haya de faltar. La cooperación habida y la conciencia de esta cooperación en la creación de las candidaturas ciudadanas y en la constitución de los ayuntamientos, subrayan el hecho de que hemos empezado a hablar la lengua de las mariposas.

Pero si queremos que las bicicletas sean también para el invierno y para el futuro, no es suficiente ya con se abran las grandes avenidas para que pasee el hombre libre, como decía Salvador Allende. No es suficiente ya con liberarlo de tener que dedicar todo el tiempo a asegurar la supervivencia. Exigir la renta básica universal de ciudadanía hoy es necesario, pero no es suficiente. Ampliar los ámbitos de la política fuera de las instituciones y llevarla a las plazas públicas o virtuales es necesario, pero no es suficiente. Limpiar con desinfectante la política de la corrupción y la inmoralidad resulta imperativo. Pero, sin embargo, por encima de cualquier otra consideración hoy es necesario que comprendamos que planeta, hombre y sociedad son la misma cosa. El hombre no puede verse entonces como el sujeto de la historia, ya que sólo es parte del sujeto colectivo de la historia del planeta. La ciudadanía, por tanto, debe quedar vinculada a la materialidad de la biosfera y ser ejercida como una «ciudadanía de la tierra». En ello nos jugamos el tipo y nos va el genotipo. Por la relación e interconexión que existe entre estos ámbitos, actos como: consumir, reciclar la basura, no malgastar el agua, utilizar el transporte público de manera preferente, reducir el uso del vehículo privado, dar prioridad y preferencia al consumo de productos locales y ecológicamente responsables, etc., han dejado de ser meros actos privados de opción individual, para convertirse en actos políticos puros, debido a su repercusión actual y futura.

Por ello, debido al cambio de época que representan el cambio climático y la crisis ecológica que padecemos, debemos considerar insuficiente la representación otorgada a los ecologistas en los consistorios y en parlamentos autonómicos y debemos ampliarla en próximas elecciones. Hoy debemos aceptar que ellos son quienes están en posesión del sentido común de esta época y que por tanto deben ser honrados y puestos a prueba durante cuatro años con su participación en las instituciones públicas. De lo contrario, dado el actual estado de cosas, el planeta se encargará de decirnos que no habrá paz, sino que otra vez «ha llegado la victoria». Hasta el próximo miércoles.