Pues ya se han resuelto las dudas sobre la flamante composición política, ya está ensamblado el puzle democrático. Estoy seguro de que ustedes están ahora vomitando tras votar a una determinada formación sin imaginar que su opción acabaría emparentada con su antípoda ideológica, y creo poder afirmar sin temor a equivocarme que ustedes piensan que los representantes de los distintos partidos han pactado en base a su propio interés, a la similitud programática o a las órdenes de las distintas ejecutivas, pero no es así. Los partidos han pactado en base a las exigencias de los lobies, los grupos de poder que aportan grandes ingresos a las campañas y esperan tranquilamente cobrarse la inversión.

A nivel andaluz, por ejemplo, en el caso del PP no sirvieron los sueños de Rajoy sino los deseos de los fabricantes de gomina y televisiones de plasma, los dueños de imprentas de sobres y los mecánicos de bicicletas. Para el pacto de Podemos se impuso el criterio de los artesanos de flautas, los productores de Juego de Tronos, los escritores de ciencia ficción y la asociación de logopedas. En el ámbito del PSOE la cosa viene de largo y sin demasiada sorpresa vuelven a implantarse los designios de los directores de cursos de formación, los confeccionadores de pana, los mayoristas de langostinos congelados y el gremio de los tapiceros de sillones. Por último, aunque no menos importante, Ciudadanos se limitó a trasmitir las necesidades de los fabricantes de brújulas, los notarios, las academias de protocolo y de los creadores de efectos especiales. Cómo ha cambiado el cuento desde la berlanguiana escopeta nacional.

Quien haya visto la serie House of Cards sabe a qué me refiero. Los partidos pueden ningunear al votante, pueden mentirse entre ellos e incluso renegar de sus principios pero bajo ningún concepto morderán la mano que les da de comer, no cabrearán a aquellos que les aseguran un futuro en la empresa privada cuando crucen la puerta giratoria dejando atrás años de servicio soterrado a cambio de un suculento puesto de asesor en una materia que no dominan. Esa línea es infranqueable.

Cierto es que el escenario puede parecer nuevo, a estrenar, pero la experiencia indica que, como desde antaño, aquí mandan la recompensa y el poder en la sombra no haciendo falta pensar en el Club Bilderberg, sino en el inversor que pagó una mordida a cambio de desarrollar un terreno y no se va a cruzar de brazos ante el cambio de regidor.

Cuando uno negocia a nivel político debe hacerlo con sus virtudes y sus ofrendas, pero también con sus hándicaps y sus deudas, ya que cuando tu palabra está tan empeñada que ni te pertenece acabas por hacer lo que juraste que jamás harías, abrazar a quien odias. Pero que nadie se preocupe, pues como dijo Enrique IV, París bien vale una misa. Denominar pacto político al pago de favores es un eufemismo tan grande como el que usa estos días la prensa rosa llamando «reina de corazones» a Isabel Preysler.

Por eso, para según qué puestos se buscan perfiles de personas con gargantas bien lubricadas, poca conciencia y nula memoria que al estilo de Groucho Marx afirmen sin rubor aquello de si no les gustan mis principios tengo otros. Así es más fácil hacer cambiar de opinión por un precio mucho más bajo. Ni son todos los que están ni están todos los que son, pero a buen seguro que alguien de fuertes convicciones y probada seriedad no se prestaría a ser la marioneta de un especulador, porque o bien no se dejaría doblegar y habría que echarlo del partido por poner en peligro el pesebre, o lo que es peor, habría que convencerlo con una suma inasumible.

Una vez visto con quien ha pactado el partido que usted eligió dígame si volvería a votar lo mismo. España sigue olvidando que lo barato sale caro y al final, como siempre, pagamos nosotros.

Por cierto, el lobby de sociópatas malnacidos y la federación de podólogos me aseguran que no tienen nada que ver con el concejal Zapata ni con la nueva alcaldesa de Jerez, respectivamente claro.