Escriben quienes informan regularmente desde la capital europea que el candidato español a presidir el Eurogrupo, Luis de Guindos, no es ya, si es que lo fue alguna vez, el favorito para presidir el Eurogrupo cuando acabe el mandato del actual.

Este último, el socialista holandés Jeroen Dijsselbloem, tiene posibilidades de repetir en su cargo, como es su deseo, gracias a los apoyos de otros gobiernos, entre ellos el de nuestros vecinos franceses y tal vez el del italiano Matteo Renzi, pero también el de algunos países del Este.

De nada le habrá servido entonces a nuestro exbanquero de Lehman Brothers y ministro de Economía del Gobierno del PP el haber aguantado estoicamente bromitas como la que le gastó en su día el hoy presidente de la Comisión, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, lanzándosele por detrás al cuello como si quisiera estrangularle.

Y de nada tampoco, si finalmente se confirma el vaticinio, el haber seguido al pie de la letra el Gobierno español, como el mejor alumno de la clase, las directrices de la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, en materia de rigor presupuestario.

Berlín apoya en principio la candidatura española -no faltaría más, tratándose en ambos casos de gobiernos conservadores, aunque en el caso alemán con componente socialdemócrata- pero sin el entusiasmo o la convicción que sin duda esperaba nuestros gobernantes.

Mariano Rajoy ha criticado más de una vez a su antecesor socialista de haber dejado con sus gestos irresponsables, como el de no levantarse al paso de la bandera del imperio en un desfile, o su gestión de la crisis económica, que España perdiese peso en el concierto de las naciones.

Y, sin embargo, no puede decirse que nuestro país, la cuarta economía de Europa, el país que más crece actualmente en la Eurozona, según los propagandistas del Gobierno, pero también el de más paro junto a Grecia y uno de los de mayor desigualdad económica del continente, haya recuperado el peso internacional perdido.

Dijo en cierta ocasión el sibilino primer ministro italiano Giulio Andreotti, refiriéndose a la incipiente democracia española, que a nuestro país le faltaba finezza (es decir sutileza), algo que parecía sobrarle por el contrario a aquel político democristiano.

Nos ha faltado finezza o astucia diplomática, por ejemplo, en el trato dispensado a la Grecia de Syriza si se compara con la mayor ambigüedad mostrada por otros gobiernos como el francés de Hollande o el italiano de Matteo Renzi.

Nos ha faltado rapidez de reflejos en el trato con Cuba, donde el alineamiento del Gobierno Aznar con los Estados Unidos de George W. Bush para aislar a La Habana también en Europa, impidió luego maniobrar con suficiente celeridad cuando Washington cambió de política y decidió flexibilizar su postura frente al régimen castrista.

Y entonces vimos cómo el presidente de Francia se nos adelantaba viajando a la isla con una importante delegación empresarial, convirtiéndose así en el primer gobernante europeo en inaugurar esa nueva etapa cuando en pura lógica cultural e histórica habría correspondido hacerlo a España.

Un país, el nuestro, con un gobierno que se muestra tantas veces soberbio con los débiles y dócil con los poderosos como atestiguan las negociaciones, sin luz ni taquígrafos, de los acuerdos de defensa con Estados Unidos.

En política internacional, como en tantas otras cosas, hay que saber siempre hacerse respetar.