Cuando se acerca el verano y más distraídos estamos con la yenka griega y la masiva arribada a las costas europeas de refugiados de Libia vuelven a llegarnos malas noticias de Ucrania. Lo de Grecia comienza a ponerse muy preocupante y desborda el marco estrictamente económico para entrar en el de la política. Si la quiebra de Lehman Brothers desencadenó la actual crisis, imaginen lo que sería la quiebra de un país. Obama lo acaba de recordar en la cumbre del G7. Hacen falta soluciones ya. Lo del Mediterráneo va para más largo porque las guerras de Siria y de Libia no llevan trazas de acabar. Se calcula que en Libia 1,2 millones de personas esperan para dar el salto a Europa y el Estado Islámico ya ha amenazado con echarlos al mar para crearnos un terrible problema.

En los últimos días se ha detectado una ofensiva rebelde sobre la ciudad ucraniana de Marinka y la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa), el presidente Poroshenko y el Comandante Supremo de la OTAN, general Breedlove, coinciden en que detrás de ella está la mano rusa porque se usan tanques T-72 y baterías antiaéreas Strela-10 de los que carece el ejército de Ucrania. Es una nueva violación de los Acuerdos de Minsk que preveían un alto el fuego que ha sido utilizado por Moscú para reabastecer y armar a los rebeldes prorrusos de Donestk y Luhansk. Desde la firma de Minsk los rebeldes han ocupado 18 pueblos.

Hay quien cree que todo esto es una maniobra para desviar la atención del verdadero objetivo ruso sobre la ciudad de Mariupol, que abriría una vía de comunicación terrestre con la península de Crimea. Otros creen que Putin ha creado en Ucrania oriental un monstruo que ha escapado a su control en forma de señores de la guerra, delincuentes de toda laya y mercenarios que medran en mitad de este desorden. No lo creo, si Moscú les deja hacerlo es porque conviene a sus intereses que no son tanto un conflicto congelado en Ucrania como un conflicto latente que mantenga a Kiev desestabilizado y recuerde a Europa que la seguridad del continente exige entenderse con Rusia.

Tras la caída del Muro de Berlín, Europa creyó que podría integrar a la Rusia post-soviética como un actor constructivo en la geopolítica regional. Pero no contábamos con Putin y su ensoñación de recobrar el peso que un día tuvo la URSS, cuya desaparición muchos rusos aún hoy lamentan. Para ello Putin se ha embarcado en una dura represión interna (opositores, gays), una retórica nacionalista antioccidental, rearme militar y centralización económica. No es lo que Rusia necesita a largo plazo (porque implica aislamiento político y sanciones económicas) pero es lo que a él le da réditos a corto. La consecuencia es que Europa ve a Rusia como una amenaza a la estabilidad y a las fronteras heredadas de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Moscú se siente amenazada por el cerco a que la someten una UE y una OTAN en continua expansión. Demasiadas desconfianzas para tener una normal relación de vecindad. La solución pasa porque Rusia acepte las reglas del juego y eso facilite el acercamiento a la UE y la cooperación con la misma OTAN. No parece probable a tenor de cómo van las cosas.

La reciente cumbre del partenariado oriental, celebrada en Riga entre los 28 países de la UE y Georgia, Moldova, Ucrania, Azerbaiyán, Armenia y Bielorrusia ha sido un fracaso porque se esperaba un refuerzo de la cooperación con estos países y alguna indicación sobre sus perspectivas europeas, o al menos algunas facilidades en comercio y viajes y nada de eso ha ocurrido. Se esgrime como razón la lentitud de los programas de reformas que exigimos a estos países. Es una pescadilla que se muerde la cola: nosotros les pedimos reformas para darles expectativas de acercamiento a Europa y ellos quieren ver promesas claras antes de embarcarse en cambios que tienen costes económicos, sociales y políticos elevados. Pero hay otro telón de fondo que es el deseo de no hacer nada que pueda excitar la agresividad de la paranoia rusa y por eso ni siquiera se ha criticado la política del Kremlin hacia Ucrania. Hay miedo.

Porque llegará un día en el que Rusia y Europa tengan que entenderse en provecho mutuo y nadie en la UE quiere romper puentes de diálogo, por frágiles que sean. A Moscú eso no parece preocuparle porque el enfrentamiento refuerza el nacionalismo sobre el que navega cómodamente Putin. Es su gran ventaja. Él está dispuesto a poner muertos para conseguir sus objetivos y nosotros no lo estamos. Al menos en Ucrania o en Crimea. Un reciente estudio muestra que entre los ocho mayores países de la OTAN solo en Canadá y Estados Unidos hay una mayoría dispuesta a enviar tropas para defender a un socio atacado. En España lo haría el 48% y en Alemania solo el 38%. El problema es que si Rusia sigue por el rumbo actual aumentará su aislamiento político a la par que también lo harán las sanciones, los problemas económicos, la corrupción, la falta de reformas, etc., y todo eso la debilitará a largo plazo y hará aún más frágiles los precarios equilibrios europeos. También en eso Putin se equivoca.