Grecia es un pequeño país abundante en personajes astutos, tanto en la realidad como en la leyenda (recordemos si no a Ulises, al que se considera el prototipo universal de la astucia). Y al tiempo que astutos, inteligentes, y bien formados. La lista es larga. Allá por el año 490 antes de Cristo, el general Milcíades se las ingenió para derrotar, al frente de un pequeño ejército, a una poderosa y muy superior fuerza enviada por el rey persa para conquistar Atenas. Y diez años después (480 a.C.), otro general, no menos astuto y competente, Temístocles, volvió a derrotar a otro ejército persa, aún más numeroso, enviado por Jerjes, el sucesor de Darío, mediante una hábil táctica. Dos demostraciones prácticas de cómo el pequeño puede vencer al grande a poco que agudice el ingenio y sepa atacar los puntos flacos de su adversario. Una hazaña que aún hizo mayor el joven Alejandro el Magno cuando conquistó Persia y el resto del mundo conocido en la época. Alejandro, a sus dotes militares unía una sólida formación intelectual pues había sido educado nada menos que por el filósofo Aristóteles, una de las cumbres del pensamiento humano.

Sirva este pequeño resumen de la historia como prólogo para comentar la tensa negociación entre el Gobierno griego de Syriza y la Unión Europea acaudillada por la canciller alemana Angela Merkel. Una negociación que ya dura meses y que tiene como límite el próximo 30 de junio, fecha en la que el Gobierno de Atenas ha de pagar uno de los plazos de lo que debe a sus acreedores. Un momento a partir del cual, nos dicen, Grecia podría verse forzada a salir del euro y hasta de la Unión Europea.

Los griegos sostienen que las condiciones que se les imponen (superávit fiscal del 1% del PIB, y 3.000 millones de euros más en recortes sociales) son imposibles de cumplir y llevarían definitivamente el país a la ruina. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, lo ha resumido de forma contundente. «Ya es hora -dijo- de que Europa decida no solo sobre el futuro de Grecia sino también de la eurozona. Y, también, si lo que quiere es humillar a un país o asegurar el futuro de la propia Europa».

Son muchos, incluídos prestigiosos economistas no sospechosos de izquierdismo, los que opinan que tiene razón. La deuda de Grecia no la generó el Gobierno de Syriza, sino los anteriores del Pasok (supuestamente socialista) y de Nueva Democracia (claramente de derechas) que, además de llevar una deficiente gestión económica, mintieron sobre el estado real de las cuentas públicas a la hora de sellar el ingreso en la Unión Europea. Y la postura intransigente con el actual Gobierno griego tiene más que ver con el propósito de humillar a unos dirigentes que prometieron salvaguardar la dignidad de sus ciudadanos y unos servicios sociales mínimos para no caer en la pobreza y en la desesperación.

El mensaje parece claro: «No hay salvación al margen de la política económica que nosotros [es decir, Alemania] dictamos». Pese a todo, hay que confiar en que los griegos hagan gala de su proverbial astucia y salgan del apuro en el último momento.