El sol luce entreverao, es decir que, «ni llueve ni luce el sol». Hay que reconocer que de esto no tienen la culpa las autoridades locales ni las autonómicas. Aunque siempre ha sido y será divertido echar la culpa de lo malo que nos ocurre a los que mandan y de lo bueno, a nuestra innata inteligencia. Por eso ocultamos en nuestra caja fuerte la última evaluación intelectual que nos hicieron, porque, por mucho que diga quererte, el que lo lee apostillará: «No te apures, prenda, esos métodos no son del todo fiables». Pasada la noche de San Juan, limpias -o casi- nuestras pequeñas playas, ya estamos preparados para vivir un magnífico verano repleto de ensaladillas y espetos. El año pasado nuestro espetero preferido era Hans, un mocetón rubio y limpio, como los chorros del oro, procedente de Europa del Este que se encariñó con Anichi, una morena muy linda que dice que su relación durará mientras su rubio no decida cambiar de aires, porque «Bien sabe Dios que a mí no se me ha perdido nada en unos lugares tan fríos y tan lejanos». El amor es difícil de cuantificar, pero me temo que el futuro de esta pareja es algo incierto.

¡Ah! Se me olvidaba contarle la conversación que oí ayer, mientras tomaba una tila -sí, tila- en mi cafetería preferida: Dos señoras, sesentonas -como poco- guapetonas, intercambiaban opiniones sobre la nueva pareja de la Preysler. Las personas que escuchaban la conversación se mondaban de las expresiones de las dos mujeres. De pronto, otra señora que ocupaba la mesa contigua se levanta, se acerca a las parlanchinas y les pregunta «¿Qué? ¿envidia o caridad?». «¡Yo no envidio a nadie y menos a esa zo€». «Oiga, zo.. si su marido viviera, pero está muerto. Ella es lista, y bellísima. ¿Les duele? La que vale, vale, la que no, a cuidar a los nietos».