Yo, personalmente, no sé en qué categoría jugará mi equipo la próxima temporada. Lo que sí tengo bastante claro es que en menos de dos semanas ya tendré mi carné de abonado para la 2015/2016 en el bolsillo, esté donde esté. Mande quien mande en los despachos. Se siente quien se siente en el banquillo y tenga la plantilla que tenga. Porque sí, porque a veces -muchas, más bien- hacemos cosas que escapan a la lógica. Que tienen más que ver con un impulso, con un sentimiento, que con un pensamiento templado y razonado en el que pesamos en un lado de la balanza esos cientos de euros que bien vendrían para tapar algún agujero o agasajar a la pareja con una cena de aniversario, o esos domingos -o viernes, o lunes- en los que el sinsabor de la derrota nos llevan a casa con el amargo regusto de dos horas perdidas y un cabreo importante a cuestas. Claro que en el otro plato de la balanza ponemos las alegrías, las contadas victorias, los pocos buenos ratos y, pese a ser menos, destrozan la comparativa y cualquier tipo de solución razonable a nuestro dilema. Y volvemos.

Y es que, seamos sinceros, que levante el periódico quien el pasado año a estas alturas estaba entusiasmado con el fichaje de Javi Gracia como entrenador. O quien corrió a sacarse el abono cuando se conformó una plantilla del montón, del montón bajo incluso y con gran presencia de canteranos, y que ha acabado cuajando una temporada más que aceptable siendo, entre otros méritos, el único equipo que no ha perdido ante el campeón.

Las noticias de las últimas dos semanas son, desde luego, para desanimar a cualquiera. Contradicciones, ventas, promesas incumplidas... no podrán, sin embargo, con el aficionado. El verdadero aficionado estará un año más en la grada desde finales de agosto. Aguantando calores, lluvias y lo que haga falta. Porque si el nombre que lleva el escudo es mucho más grande que el de la espalda de la camiseta, lo es más todavía del de quien se sienta, de higos a brevas, en el palco de La Rosaleda.