Vivimos con la actualidad pegada al cuerpo como un esparadrapo. Al tirar de él, se lleva los pelos, a veces un trozo de la piel. Quizá hubo un tiempo en que la decisión de actualizarse salía de uno, mientras que ahora sale de la tele. Por otra parte, decimos «la actualidad», como si solo hubiera una, porque los recortes económicos conllevan una mengua de los significados. Por actualidad, en fin, se entiende actualidad política, cuando es la política lo más desactualizado de nuestros días. Mientras que en cualquiera de las disciplinas que nos rodean se producen avances notables cada año, en la política vamos a reflujo semanal. Si la ciencia hubiera retrocedido al ritmo de la política, nos hallaríamos en los días previos al descubrimiento de la penicilina. Y si hubiéramos reculado en la carrera espacial como en el mundo de las relaciones laborales (el asunto político por excelencia), aún no habríamos pisado la Luna.

El problema de colocarse en la actualidad política es que implica descolocarse del resto de las actualidades. Cabría preguntarse, claro, qué entendemos por política, pero eso ya sería para nota y aquí solo tratamos de aprobar. La fragmentación de los ayuntamientos puede leerse como una forma de riqueza (todas las tendencias están representadas) o como una muestra de que debemos volver en septiembre. De hecho, si no volvemos en septiembre, lo haremos en noviembre, para las generales. De ahí que los partidos de siempre traten de actualizarse. Pero, ¡caramba!, utilizan formas de hacerlo bien antiguas. ¿Por mala voluntad? Nada de eso. Porque trabajan para quienes trabajan, de modo que si sus jefes les ordenan, por poner un ejemplo, sacar la bandera, la sacan. ¿Cuál? Depende. Una veces las española; otras, la europea; otras la del Banco de Santander y así de forma sucesiva. La utilización de esos símbolos es, curiosamente, una muestra de su pérdida de capacidad simbólica.

Así que de vez en cuando conviene desactualizarse, aunque duela como arrancarse un esparadrapo de la zona más sensible que quepa imaginar. Una vez desactualizado, póngase un té verde y observe con distancia los telediarios. Después, decida quién está más fuera de la realidad, si usted o ellos.