Con aquel calor el vigilante de la zona azul lo tenía claro, la voluptuosa rubia merecía ser indultada a pesar de no haber puesto el ticket, su reino por ese escote mañanero. La agradecida rubia volvió a su despacho laboralista y prosiguió la reunión con el currante al que no haría factura por el asesoramiento, al fin y al cabo una hora de tediosa charla económica bien valía una migaja en b. Avanzaba la mañana y el currante paró camino de la obra a tomarse la caña de rigor en el bar de siempre, ese en el que las cuentas se apuntan en barra de hielo y de cada veinte consumiciones se cuenta una. Esa tapa de huevas a la plancha no tiene precio.

El camarero del bar salió contento a las 13.00 con el bolsillo lleno de propinas, qué gran idea esa del turno partido sin contrato, cualquiera se atrevía a no llevar ahora a la parienta al mercadillo para reponer existencias de bragas. Qué gustazo, qué genero, qué barato. A las 14.30 la dueña del puesto contaba a la sombra la montaña de monedas y billetes arrugados antes de ir cerrando, que ese día había hecho pipirrana y su Paco es de hora fija, si no come en punto se pone de mal humor.

Para cuando Paco se terminó el cafelito viendo el movimiento de fichajes de la liga en la tele de plasma de 45 pulgadas con la señal enganchada a la comunidad de VPO había llegado, como quien no quiere la cosa, la hora de arrancar el taxi pirata para recoger a su cliente estrella en el puticlub más concurrido de la costa. Sabía que, como siempre, le tocaría esperar porque en esos sitios las horas pasan volando, tan rápido como pasó frente a su parachoques una de las chicas que cobraba la mitad de cada servicio, algo es algo pensó, sabía de otros locales donde las mujeres percibían bastante menos. La chica siguió su camino sin saberse observada hasta que paró en el chino, uno de esos lugares ilegales donde casi nada tiene sello de la CE y todo dura lo que dura. Cómo no parar, allí las bragas son incluso más baratas que en el mercadillo.

A media tarde el dueño del chino se montó en su furgoneta sin ITV para ir al polígono. Tenía que renegociar las condiciones del alquiler con el propietario del local, aquello de sumarle el IVA para después restarle el IRPF le sonaba a chino al chino mientras el casero se hacía el sueco. El casero lo tenía claro, más vale evasor en mano que deudor volando.

Ya eran las 19.00 cuando el casero hizo caja sabiendo que llegaba tarde a su cita con el fisioterapeuta. La espalda le estaba matando. Si no fuera por aquellos masajes sería imposible aguantar todo el día, tantas horas sentado gestionando su patrimonio le acabaron pasando factura y uno ya no es un chaval. La recepcionista de la clínica refunfuñó al abrirle la puerta sabiendo ya que ese día saldría media hora tarde, sería casi imposible recoger a tiempo a los niños de la academia de ruso que habían montado unos ucranianos. Total, para cobrarle sesenta euros y meterlos en la cajita de caudales del tercer cajón para darle nueva cita ya podría hacerlo el fisioterapeuta, que para eso la clínica era suya y al fin al cabo ella solo ganaba ochocientos euros al mes.

A las 20.00 ocurrió lo esperado y la recepcionista salió corriendo, la academia cerraría en treinta minutos. Por lo menos tuvo algo de suerte y encontró hueco a la primera pero, como la suerte es algo que tan pronto viene como se va, al volver con sus tres hijos vio cómo a las 20.27 el vigilante de la zona azul le multaba por tres minutos. De nada sirvieron sus ruegos para evitarlo.

A las 23.00 el vigilante daba vueltas en la cama luchando contra el calor y le contaba a su esposa que una caradura había intentado convencerlo de no cumplir con su obligación. Habrase visto le comentó indignado, ni que esto fuera Grecia, menos mal que gracias a gente como yo este país no necesita ser rescatado.

Para las 24.00 el vigilante ya soñaba con volver a ver el canalillo de la rubia, seguro que sus bragas no eran de mercadillo.