En la calle no había ni ruido, ni prisa; ni la cotidiana turbamulta agobiante de la hora punta. En la terraza del bar Ibiza tres gorriones saltaban de mesa en mesa. En el quiosco no estaba Paco, el quiosquero. Su lugar lo ocupaba un signo de interrogación vestido como él, que con su misma voz y talante despachaba. En el quiosco, pocos clientes: un irónico signo de admiración entre paréntesis vestido de vendedor de butano, que compraba tabaco; un señor triple-equis-ele que apenas cabía en su disfraz de turista, que con acento de Mieres preguntaba cuál era el periódico más antiguo de Málaga; dos exóticas jovencitas equis-equis-ese, tatuadas con sendos acentos circunflejos en el hombro, que buscaban una churrería; una madre que entrecomillaba a tres niños de colores -blanco, negro y amarillo- vestiditos de maniquí, que compraba chuches macho, como «los» del presidente Rajoy; y unos puntos suspensivos aislados que no terminaban de expresarse.

En el número tres de la calle no estaba Noelia, la vendedora de cupones; en su lugar había una «u» con diéresis, que la hacía especial, como es Noelia. Las úes con diéresis dejan de ser mudas para ser úes rotundas y parlanchinas. Ninguna «u» con diéresis pasa desapercibida.

Las calles estaban atiborradas de puntos, y comas, y puntos y comas, y corchetes, y llaves, y signos de párrafo, y rayas, y dos puntos, y asteriscos, y apóstrofos..., que vagaban con sosiego, pero sin demasiado orden. Daba la sensación de que deambulaban a la espera de que las palabras desnudas llegaran para justificarlos y para acicalarse. De pronto, el estropicio: dos tildes, más salidas que hiperactivas, pasaron en vuelo rasante; iban a la caza de alguna inocente sílaba en celo a la que embarazar con acentos. ¡Cuerpo a tierra, chicas...! Con qué rotundidad y transparencia demuestran sus caracteres y sus rasgos los signos ortográficos... Ahí están los tíos: individualistas, dependientes, narcisistas, ególatras, rígidos, distendidos, dudosos, seguros, impositores... Un primor.

En esa meditación estaba cuando me he despertado hoy. Y me he dado permiso para reposar el sueño y hacerlo consciente. Y me he regalado quince minutos de prórroga. Y los he disfrutado...

Y he tomado consciencia de que los signos en la escritura son siempre definitorios, porque los signos le otorgan la cadencia y el sentido al pensamiento escrito. Pero hay signos, además de los ortográficos, que solo son pistas, apariencias, indicios, señales de algo, que después se verifica, o no. En general, cuando la cosa huele a vino es porque algo de vino tiene, y cuando la música suena a vals -no digo sevillanas porque no es mi intención confundir al respetable- es porque algo de vals tendrá esa música en su compás. Pero no sería la primera vez que lo que parece ser termina no siendo...

Deseo que nuestro consejero de Turismo sea el mejor consejero que jamás hayamos tenido. Ya lo he escrito antes. Le deseo toda clase de aciertos y éxitos porque sus aciertos y sus éxitos serán los de nuestra industria -obviamente no me refiero a sus éxitos y aciertos políticos, aunque también, sino taxativamente a los aciertos y éxitos de su política turística-. Lo invito a implementar un tiempo nuevo, que es la única vía para superar y rectificar las inercias, los tics y las cegueras adquiridas a base de haber muerto de éxito varias veces y haber casi muerto de fracaso otras tantas, casi sin darnos cuenta. Se imponen políticas y conductas nuevas, y nuevos talantes, para un nuevo ciclo cuya intención innovadora y refrescante no puede ni debe quedarse en meras declaraciones de buenas intenciones, por voluntaristas que estas sean. Se precisa otra coherencia -y otra clarividencia cuando haya lugar- que, entre otras cosas, impida que las oportunidades particulares afecten al centro de gravedad de nuestros destinos turísticos y al de la estacionalidad natural de los segmentos que nos abastecen, como consecuencia de crecimientos de oferta desmedidos como los habidos incluso a lo largo de la reciente crisis.

Por nuestro bien, deseo que nuestro consejero de Turismo sepa oír, además, más allá de los canales políticos del sector, donde también hay luz.

Deseo que los signos que dimanan del consejero se conviertan en signos que definan y redefinan, y que no se queden en meras pistas/indicios de lo que pudo haber sido y no fue, que sería más de lo mismo, otra vez.