Por los derroteros por donde discurre la política española no es aventurado decir que Ciudadanos puede albergar unas expectativas bastante halagüeñas. A diferencia de los dos grandes partidos que han dominado la política española, no está lastrado por hipotecas políticas que harían impensable las promesas de regeneración democrática, nadie puede acusarle de prácticas corruptas en sus nueve años de existencia, y cuenta con un líder que es el más valorado entre sus homólogos en todas las encuestas de opinión. Y, por si fuera poco, el programa político que defiende el partido de Albert Rivera propone una lista de reformas para abordar la transformación del país que difícilmente puede igualar en hondura y credibilidad cualquier otro.

Quienes nos identificamos con estos planteamientos -y los hemos defendido en público cuando se nos ha dado la oportunidad- nos causa cierta alarma oír a Rivera decir repetidamente que en C´s se celebran unas elecciones primarias que son «ejemplares y democráticas». Sin duda, son la «joya de la corona» del partido, tanto, que como se ha demostrado en las recientes negociaciones para formar gobiernos autonómicos, la primera exigencia de C´s a sus interlocutores es que las impongan en sus propias formaciones. Duele tener que sacar este tema a la luz, pero si queremos que las alabadas primarias lo sean alguna vez de verdad no queda más remedio que hacerlo, porque las primarias que conocemos -por las razones que vamos a exponer a continuación- difícilmente superarían unas reglas democráticas más exigentes.

1) Ya es discutible que para ser candidato se necesiten seis meses mínimos de afiliación, cuando, además, esta norma se compadece con una cláusula de excepcionalidad que se aplica según convenga. De esta manera, hoy tenemos parlamentarios o concejales electos que no cumplían el mandato estatutario, o son simplemente independientes promocionados por el partido. Y, por el contrario, también están los casos de quienes ni siquiera pudieron llegar a presentarse porque les revocaron la afiliación -por razones políticas varias- antes de cumplir los seis meses.

2) Para optar a ser candidato hay que conseguir un 10% de avales, lo cual es un hazaña casi imposible para quienes no sean miembros de la Dirección del partido y provocan situaciones rayanas en el esperpento, al convocarse primarias que no culminan en un proceso electoral interno al no existir rivales que se enfrenten al único candidato que ha conseguido los avales necesarios. Esto ha podido tener su lógica en las recientes primarias en las que ha participado Rivera, pero roza el ridículo en las que ha ganado Inés Arrimadas, en las que ninguno de sus cinco presuntos contrincantes ha logrado los avales exigidos. Estamos hablando de las primarias para elegir candidatos para la presidencia de los gobiernos de España y de la Generalidad de Cataluña.

3) Si nos centramos específicamente en el caso de Málaga el tema es igual de contradictorio. En una provincia donde el partido no hace asambleas de afiliados (incumpliendo los estatutos, que las fijan cada dos meses), que harían posible el debate de ideas y el conocimiento de la valía y capacidad de los militantes, conseguir 106 avales supone peregrinar por los distintos grupos locales y darse a conocer como si uno fuera un marciano tras un objetivo imposible.

La realidad es que este procedimiento sólo favorece a los miembros del aparato del partido, que no necesitan de las asambleas para darse a conocer, puesto que, además de disponer de los censos de todos los afiliados, y de ser conocidos mediáticamente por razón de sus cargos, su trabajo orgánico les permite pasearse por todas las agrupaciones e ir haciendo su propia campaña a lo largo de meses, de forma que cuando las primarias se convocan oficialmente conseguir los avales (y los votos) no es muy difícil en su caso.

Este sistema de primarias es, de hecho, un sistema simulado de cooptación de los afines controlado por los miembros de la dirección y en su propio beneficio. El resultado es un procedimiento que vulnera la igualdad de oportunidades entre los afiliados, ventajista a favor de unos pocos y que no garantiza la libre competencia entre iguales. En estas condiciones no es posible considerarlo un sistema que podamos llamar democrático, lo cual es llamativo en un partido que tiene en las elecciones primarias el mascarón de proa con el que se pretende abordar la regeneración democrática en España. Y es bastante contradictorio pregonar por parte de su máximo líder que se quiere atraer a C´s a los mejores y, al mismo, mantener un partido cerrado y obsesionado por controlar todo lo que se mueve, lo que hace imposible cumplir ese objetivo, porque de existir militantes teóricamente más preparados y con mayor experiencia no podrían, en la práctica, sacar la cabeza y competir con los candidatos oficialistas.

Es duro y muy desagradable tener que escribir estas cosas, pero es necesario decirlas si no queremos caer en los mismos errores que han caído otros. Recuerdo, para terminar, que UPyD se ha hundido víctima de dos fallos capitales: el personalismo autoritario de Rosa Díez y la falta de democracia interna. Afortunadamente, no creo que Albert Rivera -al que no conozco personalmente- se parezca en nada a la líder magenta, pero el tema de la democracia interna deberíamos de someterlo a una reflexión muy seria, sin los prejuicios que echamos en cara a otros partidos.