Averigüe si la frase «No creemos en el acuerdo pero estamos obligados a aceptarlo» ha sido pronunciada por a) Barack Obama respecto al pacto nuclear con Irán; b) Alexis Tsipras en relación al contrato de esclavitud con Angela Merkel; c) Zapatero al ser arrojado del caballo por Obama y Merkel en 2010; d) Rajoy al acatar dócilmente las órdenes de la troika; e) Artur Mas al justificar su inclusión en una lista de izquierda radical a la Generalitat; f) Pablo Iglesias al explicar esta semana a Fernando Berlín su resignación ante la rendición de Grecia; g) todo lo anterior. En efecto, políticos de toda laya y condición han inventado una nueva forma de gobernar para soslayar el incumplimiento de sus promesas electorales. La democracia violada por obligación pervierte la esencia de la representatividad electoral. Todo contra el pueblo, pero con el pueblo.

En tiempos de Felipe González, el Gobierno español intentó que el Reino Unido formulara un pronunciamiento más explícito de condena a ETA. La diplomacia londinense respondió cautelosa que «estamos demasiado acostumbrados a encontrarnos a los terroristas de hoy en la mesa de negociación de mañana». Irán ha encabezado hasta la semana en curso el eje del mal de Bush, por encima del Irak liberado a muerte y de la tiranía folclórica de Corea del Norte. Simétricamente, Jomeini definió a Estados Unidos como «el gran Satán», por comparación con el «pequeño Satán» israelí. El enfrentamiento está regado generosamente con sangre, cuatro ciudadanos norteamericanos languidecen ahora mismo en las cárceles iraníes por motivos que Washington considera políticos. Sin embargo, el conflicto queda cancelado por motivos más económicos que atómicos.

En un nuevo ejercicio de travestismo, Occidente ensalza hoy al amigo iraní. Por las mismas reglas de autocensura que Orwell denunció en su prólogo no publicado de Granja animal y que desaconsejaban criticar al estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial, ahora se considera de mal tono revisar el historial democrático de Teherán. Para reseñar por ejemplo que sus líderes se mofan abiertamente del Holocausto y organizan exposiciones de chistes al respecto. Es una ironía que no habrá pasado desapercibida a los inquisidores del concejal Zapata. Por fortuna, Occidente ya está adiestrado en la tolerancia a la dictadura china.

Si desde hoy se ha impuesto la razón en las relaciones entre los ayatolás y el resto del mundo, hasta hoy hubo arbitrariedad. En un remake del clásico, los persas vuelven a conquistar a los griegos. Irán abandona el eje del mal porque, a diferencia de Grecia, dispone de la amenaza nuclear para chantajear a Occidente. Por no hablar de un petróleo a precio de ganga para saciar la «adicción planetaria», otra vez en la jerga de Bush. O de un mercado culto con 18 millones de teléfonos inteligentes, al nivel de España y por encima de aspirantes a la Unión Europea como Turquía. En una intromisión personal, la Nobel iraní Shirin Ebadi me dijo mientras seguíamos el recuento del segundo pucherazo de Ahmadineyad que «Estados Unidos piensa que todas las mujeres de Irán llevan túnica y todos los hombres de Irán son como Ahmadineyad».

La transformación de Irán en socio afectuoso es una píldora difícil de engullir incluso para la dócil opinión pública occidental. Obama tuvo que programar una de sus magistrales ruedas de prensa apaciguadoras, al día siguiente de haber anunciado el pacto. Dos comparecencias consecutivas ante el estupor ambirntal. Las excusas de un acuerdo circunstancial y forzoso se debilitan, sin más que consultar un documento bajo el encabezamiento de Plan de Acción Conjunto Completo. Desde el mismo prólogo, se resalta el carácter «histórico» de una iniciativa «cuya puesta en marcha contribuirá positivamente a la paz y seguridad regionales e internacionales». Aunque se interponga un laberinto de cláusulas, el tono confianzudo desmiente al presidente estadounidense, pese a su reiteración en hablar de la «República Islámica de Irán». En efecto, Occidente se pliega a la mayor amenaza que ha sufrido desde el auge del nazismo.

En honor de los negociadores occidentales, el acuerdo nuclear también desagrada profundamente al ayatolá de guardia en Teherán. El líder supremo, una denominación que alerta sobre la naturaleza del régimen iraní ahora rehabilitado, se ha manifestado con gelidez. Alí Jamenei tiene que cambiar de Satanás, seísmo que para un clérigo es tan oneroso como colocarse bajo la advocación de una nueva divinidad.