El único inconveniente de que haya tanta novela negra es que está muriendo mucha gente. La gente es que es muy de morirse en las novelas, con lo bien que podrían casarse o nacer o comer palomitas o fundar una granja avícola en Lucena o cazar hugonotes. Hay gente que los pones en una novela y van y se te mueren, pudiendo llegar a ser presidentes de Estados Unidos o coronel al que nadie le escriba. Las novelas negras nos trasladan a Dinamarca o Barcelona, a Madrid o Sicilia; también a la Grecia más actual. A Boston.

De la mano de los detectives, que a fuerza de locales se hacen universales, conocemos costumbres, comidas, calles, hábitos, héroes locales y hasta nombres endiablados para pronunciar que, como los islandeses, acaban haciéndosenos familiares. También nos familiarizamos con las formas de matar. Los nórdicos, que estaban siendo muy buenecitos desde los vikingos, se están poniendo ya algo pesaditos con tanto matar y eliminar gente en las novelas. Y conste que hemos pasado fantásticos ratos con ellos. Uno los imaginaba ahí tan civilizados, leyendo mucho, dándole a los licores, viviendo la vida en la eficiencia y el madrugón, la nieve y los veraneos en la costa española, pagando muchos impuestos pero teniendo unas prestaciones sociales espectaculares. Pero resulta que tienen sus propios cadáveres en el armario, que dirían los ingleses.

Bueno, más que en el armario, en la nieve. Los mediterráneos también hemos sido de matar mucho. Pero más que en las novelas, en guerras civiles o contra el vecino o repeliendo invasores o tratando de expandir costumbres. También en dictaduras ejercidas por gente ridícula con tendencia al bigote. Luego ya un tanto cansados de tanta sangre también hemos empezado a escribir sobre crímenes en lugar de perpetrarlos. O de perpetrarlos tanto.

La novela negra prolifera y no sabe uno si es por las ansias de evasión que tenemos o por las ganas de aprender como eliminar seres molestos sin que te descubran. Lo malo es que en las novelas negras el bueno es el que resuelve el caso, por mucho que el asesino sea más simpático.

Claro que también proliferan las novelas históricas y de ese fenómeno no sabemos qué conclusión sacar. A ver si va a resultar que con tanta proliferación de géneros novelísticos es que la gente lee mucho. Mejor nos iría si nos echáramos más libros al coleto y las acciones criminales fueran sólo eso: pasto de las novelas.

En este mismo instante de calor hay alguien leyendo novela negra embebido en quién le dio puerta a alguien de nombre exótico y pasado turbio. O a de quién es el cadáver que setenta páginas más atrás encontró alguien por casualidad y en insana posición corporal. Y alguien más está escribiendo una historia semejante. Miles de investigadores de vida caótica pululan por la literatura y arreglan desaguisados aquí y allá. Lo malo es que está muriendo mucha gente a resultas. Menos mal que es ficción Evade, entretiene, forma y da mundillo. Leer da un gusto que te mueres.