Manuela Carmena ha invitado a los españoles a preguntarse por qué se van de putas, una reflexión que en cierto modo forma parte de la memoria histórica al estar íntimamente ligada al oficio más viejo del mundo. La invitación, a propósito de la lacra de la esclavitud sexual, fue planteada en el Vaticano y no han tardado en escandalizarse unos cuantos. Creo que se equivocan quienes piensan que la Santa Sede no se trata del lugar adecuado donde hablar de este tipo de cosas. Para comprobarlo sólo hay que volver la vista atrás al tiempo, por ejemplo, de los Borgia.

No estoy seguro de que la esclavitud sexual y el simple hecho de irse de putas estén siempre relacionados. No todas las prostitutas, por fortuna para ellas, son esclavas sexuales, aunque entrar en disquisiciones nos llevaría a un terreno movedizo. Pero, dadas las circunstancias y el problema, tampoco resulta inapropiado que la alcaldesa de una ciudad grande, como es Madrid, se preocupe por ir a la raíz de este negocio que se rige, como tantos otros, por la ley de la oferta y la demanda e incide, además, en el urbanismo.

«Versión Original», de momento, no tiene nada que desmentir acerca de la pregunta planteada por Carmena desde el Vaticano. Por lo que he podido ver, L'Osservatore Romano no se ocupa de ello. La invitación de la alcaldesa, al menos, no se ha manipulado virtuosamente como aquellas declaraciones del arzobispo de Canterbury, cuando, recién llegado a Nueva York, los periodistas le preguntaron qué opinaba acerca de las casas de putas de Manhattan y Su Gracia, recordando el consejo recibido de atajar las cuestiones impertinentes con preguntas, respondió: «¿Hay muchas casas de putas en Manhattan?» Naturalmente el periódico del reportero que indagó sobre el asunto publicaba al día siguiente que lo primero que había hecho el arzobispo al llegar a Nueva York era interesarse por los burdeles. Y contra eso no se puede hacer nada.