Como decíamos el otro día, la lógica económica se ha impuesto a la voluntad política en la UE. El último acto de la tragedia griega (13 de julio) lo demuestra: una cumbre para recordar, en la que los socios del bloque pusieron en escena la obra titulada: «De cómo dejar atrás definitivamente la solidaridad tanto como la amicalidad que en el trato se nos supone».

No hay que ser muy sutil para apreciar en las exigencias hechas al mendicante Estado heleno ese fatídico día (repito la fecha: 13 de julio) una suerte de venganza por el referéndum que el ingrato Tsipras había convocado para reforzarse. Que no lo hiciera para negociar un mejor trato, sino para aceptar el único que había sobre la mesa (malo, malo), pero robustecido por el apoyo popular, poco importa.

A los líderes del euro, está claro, les importó una higa, y eso quizá quiera decir que además de funesta, la fecha del 13 de julio ha alcanzado ya la condición de hito celebratorio: señala un punto de no retorno, el momento en el que la UE ingresa en una nueva era, presidida exclusivamente por los dioses del dinero (ahora llamado las finanzas), los intercambios comerciales lesivos y la investigación aplicada a la satisfacción de necesidades que ni sabíamos que teníamos.

Traducido: interés nacional, políticas comunes dictadas en función del consumo interno o el calendario electoral (de algunos países sólo, obviamente), cuestionamientos, aquí y allá, de los grandes pilares del proyecto europeo... Y eso multiplicado por veintiocho.

Se ha dicho, no sin razón, que este panorama presente y venidero dibuja un campo de batalla: el de una III Guerra Mundial cuyo principal frente vuelve a ser Europa, con Alemania, de nuevo, de punta de lanza, animando a todos a competir a base de producir más y pagar menos; aunque, eso sí, sin asumir el modelo esclavista chino. Ni, por supuesto, dejar que se escuchen las armas, porque ya no hacen falta: con el poderío económico basta.

Por eso a más de uno le ha llamado la atención que Grecia, el país cuya crisis señala el inicio de la nueva era, se resistiera tanto a reducir el gasto militar en las negociaciones con sus socios de la eurozona. Y más aún descubrir que su presupuesto militar (el 2,2% del PIB en 2014) es el tercero más cuantioso de los países de la OTAN, sólo superado por los de EE UU y el Reino Unido.

Tiene su explicación: el alto gasto militar griego es una rémora del pasado, un residuo de la Guerra Fría, y, como tal, una anomalía que el resto de los países de la zona euro fuerzan a Atenas a eliminar. En esto, como en todo lo demás, se pone a Berlín como ejemplo, que el año pasado sólo gastó el 1,21% del PIB en Defensa.

Así, Alemania y Grecia vendrían a representar, respectivamente, la era que llega y la que se va. Y por eso a nadie debe extrañar que, andando el tiempo, los helenos terminen saliendo del euro: sería la prueba (ordalía) de que se han quedado atrás, siendo lógico, por tanto, que el bloque que fue diseñado a beneficio principalmente de la Alemania reunificada los sacrifique en el ara del futuro. Y que esa guerra sin balas ni bombardeos haya empezado, como escribió Eliot, "no con un estallido, sino con un quejido".