Hubo un tiempo en el que los sindicatos eran la vanguardia de la clase trabajadora. Ahora no aparecen ni en la retaguardia. No se les ve, no opinan, sus dirigentes no salen en la tele para adoctrinar ni para desadoctrinar ni para poner discurso al curso de las cosas. No los llaman ni de la Sexta Noche, donde deberían tener algo que decir sobre la situación política y económica, precursoras de la laboral. Su silencio empieza a ser atronador. Mueren, pero no sabemos de qué, pues en pocas ocasiones se les ha necesitado tanto como ahora. Pongamos un almuerzo veraniego con quince comensales y una sobremesa que se extiende hasta la noche: nos jugamos el cuello a que los sindicatos no salen en la conversación. Y si no salen en la conversación es porque tampoco están en la vida. El problema es que su ausencia nos empieza a parecer normal. Venimos aceptando su defunción como la del abuelo de 98 años, para cuyo deceso estamos preparados desde que se rompió la cadera.

No sabemos en qué momento los sindicatos se rompieron la cadera porque su decadencia ha sido lenta, aunque continuada. Quizá actúen todavía en las grandes empresas como una forma de burocracia institucionalizada, pero ni están ni se les espera en el debate cotidiano. La Reforma Laboral, que debería haberlos fortalecido al devolvernos al Manchester del siglo XIX, parece que los hundió en la miseria. De aquí a nada, se instaurará el Día del Sindicato como homenaje a lo que representaron cuando también existían los abogados laboralistas. Claro que, para que haya abogados laboralistas, se necesitan leyes. La Ley de la Selva, vigente en la actualidad, es la antiley. Vete tú a decirle al león el número de gamos que puede cazar al mes. Vete a decirle al empresario las condiciones de dignidad mínimas que debe ofrecer a sus empleados.

La noticia del verano podría ser la de la desaparición absoluta de los sindicatos de clase sin que hayan sido sustituidos por otro tipo de estructura. Pero nadie se atreve a firmar su certificado de defunción, lo que genera la fantasía de que siguen ahí. Esto, al empresariado, le viene de cine porque están sin estar. Venga, finjamos que firmamos un convenio.