Se suponía que las aguas de la economía mundial iban a volver a su cauce y que de inmediato el banco central de Estados Unidos iba a subir los tipos de interés, una señal inequívoca de que la recuperación estaba apuntalada. Sin embargo, China ha vuelto a toser y todo el mundo se ha puesto a buscar la bufanda. Algunos analistas incluso señalan que la Reserva Federal (Fed) podría posponer su decisión sobre los tipos hasta finales de año.

En menos de un mes, China ya ha sufrido dos convulsiones, una de ellas en parte provocada. Primero fue el desplome de las bolsas -que hizo al Gobierno intervenir con compras de títulos e inyecciones de liquidez- y después las tres devaluaciones del yuan en días consecutivos, que provocó que la moneda china se depreciara el 4,6% la semana pasada y que cayeran las Bolsas internacionales. Dos avisos a navegantes de que las aguas no están tranquilas. Ahora la pregunta que se hacen los analistas es si 2015 será el año del punto de inflexión del crecimiento de China. Oficialmente se mantiene, no se sabe si por decreto, en el 7%, pero como se desvíe a la baja los efectos serán globales.

Con las devaluaciones de la semana pasada China ya ha demostrado que está dispuesta a exportar sus problemas. Las ventas al exterior, su principal motor de crecimiento, cayeron el 7,3% en los siete primeros meses del año. La depreciación del yuan frente al dólar hace más competitivos sus productos pero abre la puerta a una guerra de divisas. Los países de su entorno, los otros «dragones» asiáticos, podrían responder con la misma moneda y generar una dinámica de devaluaciones competitivas, una espiral de efectos incalculables.

China quiere mantener su porción de exportaciones, pero el problema es que la tarta del comercio mundial está menguando (un 3,4% en los cinco primeros meses) y que no tiene un modelo alternativo para sostener el crecimiento. La otra cara de la moneda del superávit comercial chino de los últimos años es un enorme déficit alimentado por el crédito en otros países. Para sostener su crecimiento y evitar pérdidas de empleo, China trató de estimular la demanda interna con fuertes inversiones en infraestructuras que necesitaron financiación externa. El boom de la construcción ha permitido seguir absorbiendo el excedente de mano de obra rural, pero como estalle la burbuja del ladrillo el problema no sólo será para los chinos. La caída de la demanda de materias primas del gigante asiático tirará los precios, minando las perspectivas de crecimiento de otras grandes economías emergentes. Y si estalla la burbuja de la construcción china detrás podría venir el estallido de la burbuja financiera, con lo que los problemas del China se exportarían a todo el mundo. Y con el gigante asiático siempre hay que tener en cuenta las consideraciones de escala, que son más de 1.000 millones de habitantes.