El fútbol español se ha movido siempre a ritmo de pares. Madrid y Barcelona, los dos Atléticos, Valencia y Sevilla, han formado parejas de equipos protagonistas en diferentes dimensiones, con el añadido de otros que dinamizaron por épocas nuestra Liga. Y también ha habido y hay parejas de jugadores que en diferentes niveles y cualidades son referentes de su tiempo. Di Stéfano y Kubala son un claro ejemplo de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, como ahora pueden serlo Cristiano y Messi, todos extranjeros aunque aquellos llegaran a formar en la selección española.

De los nuestros, Raúl y Guardiola representan al fútbol español que con grandes jugadores fue incapaz de ganar nada como selección -salvo la medalla de oro olímpica del catalán-, y Xavi y Casillas, tan buenos como ellos, de la España campeona y envidiada por todos.

El de Tarrasa salió del Barça al final de temporada entre glorias y el de Móstoles lo hizo del Madrid entre penas. Es la diferencia que enmarca la trayectoria de estos equipos en el siglo XXI. Hasta el año 2000 el Real era el club más laureado, y desde entonces los culés le han echado el guante y superado en el número de títulos relevantes, aunque los madridistas aún reinen en Europa. Y eso, hablando solo de fútbol y al margen de gustos, preferencias, políticas y pasiones, es una realidad que enmarca otras de distinta índole y relieve que a veces hemos reiterado.

Y llegamos a la temporada 2015-16 con los blaugranas como recientes ganadores de casi todo, y los blancos de aspirantes a torcer esa racha en contra. Volverán a saltar chispas y puede que se les cuele un tercero para espabilarlos; el Atlético pinta bien este año y puede repetir lo de hace poco.

El Madrid ha vuelto a hacerlo: un equipo de medias puntas y con un solo medio centro puro: Casemiro, tal y como empezó el curso pasado, en el que Alonso no llegó ni a comenzar la competición. Y fue un lastre que arrastraron toda la temporada, con el fracaso final como consecuencia lógica de tan clamoroso desequilibrio. Y menos mal que su hombre orquesta, don Florentino: presidente, director deportivo y financiero, secretario técnico, jefe de comunicación -dircom, que dicen los ´moernos´- y muñidor de viajes; ha rectificado con Ramos, envainando sus pretensiones, mediante una jugada sabia al agacharse y poner un huevo por muy gallo que sea. De lo contrario, se hubiera unido el asunto de los centrales al señalado en el medio campo y al de la portería, que aún colea.

El Barça tiene dos puntos débiles: anda justo en el centro de la defensa, como se ha comprobado, con solo dos titulares de solvencia y uno de ellos, Piqué, haciendo las tontería de siempre porque no es más bocazas quien puede sino quien quiere; y la otra amenaza es precisamente su punto fuerte: los tres tenores de arriba. Messi, sobre todo, Neymar y Suárez son tan buenos como insustituibles en el Barça actual. Y el día que falte alguno, no estén acertados o haya desgracia, no le darán ni a una casa con balcones. Y es una pena, porque así como Guardiola se inventó en su día a Pedro -a quien deseamos suerte- y a Busquets, reubicando además a Messi, a despecho de las figuras consagradas que heredó; Luis Enrique no ha sabido hacerlo con Munir y Sandro, o quizás no le hayan dejado porque en el inicio de la temporada pasada lo intentó. Y, además, dejaron escapar a Thiago, que podría haber cogido la batuta de Xavi; otra carencia que echarán de menos enseguida.

Simeone ha mantenido la base de su Atlético y la ha reforzado con un delantero de garantía: Jackson, aparte del retorno de Oliver, que suplirá con eficiencia al turco Arda, tan bueno como irregular -¿qué le habrá visto el Barça, de vuelta de su mejor versión, teniendo a Rafinha?-, y de Filipe Luis, un lateral que completará con Juanfran su antaño temible dúo de flechas.

Valencia, con dudas; Sevilla, con el mejor director deportivo histórico español, Monchi; y Bilbao, con tres promesas, Williams, Eraso y Sabín, y Aduriz, el delantero más en forma, animarán la competición. De sorpresa podría repetir el Villarreal, experto en eficiencia; el Málaga, en reinventarse; o el Betis, en resurrecciones. Ojalá se rompan los pares clásicos: Messi-Cristiano y Barça-Madrid, y haya como mínimo tríos. Como en la Fiesta, ¡que Dios reparta suertes!