Parece un intento desesperado de la izquierda de recuperar sus señas de identidad tras la decepción de muchos con unos líderes que, con el pretexto de modernizarla, acabaron llevándola a orillas del neoliberalismo.

El semanario británico The Economist juntaba en su último número el fenómeno en cierto modo paralelo del laborista Jeremy Corbyn en el Reino Unido y del senador progresista Bernie Sanders en Estados Unidos.

Ambos políticos tienen nulas posibilidades de llegar a sus respectivas metas -a Downing Street, en el primer caso, y a encabezar la candidatura demócrata a la Casa Blanca, en el segundo- y, sin embargo, hay que agradecerles que estén al menos agitando las aguas de una izquierda sin capacidad de reacción ante los desafíos del capitalismo especulador que padecemos.

Jeremy Corbyn lo tiene ciertamente difícil en un partido como el laborista que tras el fracaso en las pasadas elecciones trata desesperadamente de encontrar su propia identidad.

Una identidad que ese socialista «de los de antes» busca en la recuperación de las luchas de la vieja izquierda británica: por la

desnuclearización del país, la salida de la OTAN, las renacionalizaciones de las infraestructuras y los servicios básicos.

Todo lo que asusta a los «modernizadores», los pragmáticos y cínicos como el ex primer ministro Tony Blair, el mejor discípulo que tuvo Margaret Thatcher y hoy multimillonario asesor de jerarcas y banqueros.

Blair escribió recientemente un artículo en el diario «The Guardian» para advertir a su viejo partido del peligro de autodestrucción. El mismo político que llevó insensatamente al país a la guerra de Irak y por el que Corbyn siempre ha sentido el mayor de los desprecios.

Con independencia de sus posibilidades de éxito en las urnas, más bien escasas, algunas de las propuestas de Corbyn parecen en cualquier caso sonarles bien a los oídos de muchos ciudadanos del Reino Unido.

Si hemos de creer las encuestas, un 58 por ciento está en efecto a favor de la renacionalización no sólo de la red ferroviaria, sino también de las empresas del agua y la electricidad porque creen que así bajarían las tarifas y recibirían además mejor servicio.

Muchos trabajadores británicos se sienten traicionados por un partido laborista que, después de los mazazos de la Dama de Hierro, no hizo lo suficiente para intentar recuperar las industrias tradicionales como la minería, la siderurgia, los astilleros o el automóvil, y apostó en cambio por los nuevos servicios como son los financieros, que no han hecho sino aumentar la desigualdad social.

Para la izquierda de inspiración blairista, todo eso es pura nostalgia, terca negativa a ver la realidad de una economía globalizada, que conducirá indefectiblemente al partido a un nuevo fracaso en las urnas.

Corbyn tiene de hecho muy poco apoyo entre los propios diputados de su partido, mucho más moderados que él, y se enfrenta además a la enemiga de los veteranos de la Tercera Vía, Blair, Gordon Brown, Peter Mandelson, y sus actuales acólitos.

Si pese a todo ello, ha conseguido imponerse de momento frente a los otros contrincantes por el liderazgo laborista, ello se debe sobre todo a un cambio en su sistema electoral que permite a personas ajenas al partido votar al candidato con sólo registrarse previo pago de cuatro libras (4,70 euros).

Un cierto reflejo de lo que ocurre en Gran Bretaña lo tenemos en Estados Unidos con el septuagenario Bernie Sanders, senador demócrata por el liberal Estado de Vermont, que no se cansa de fustigar numerosos males que ve en su país: la inmensa codicia y falta de honestidad de tantos banqueros, el maléfico papel del dinero en la política y el cada vez más desigual reparto de la riqueza.

Sanders favorece, entre otras cosas, un sistema sanitario parecido al canadiense, mucho más próximo al europeo, la gratuidad de los estudios universitarios, que hoy endeudan a muchos estudiantes casi de por vida, y la reactivación de las infraestructuras como forma de crear puestos de trabajo, propuestas todas ellas de la izquierda de siempre.

Con la misma brutal sinceridad que el republicano Donald Trump, pero desde el polo político opuesto, Sanders pretende trascender las fronteras entre demócratas y republicanos y trata de hacerles ver a los millones de trabajadores de que votan contra sus propios intereses al oponerse a un aumento de los impuestos a los ricos o cuando culpan a otros más pobres como los inmigrantes de sus problemas en lugar de buscar a los verdaderos responsables.

Todo ello suena muy bien, pero ¿cómo convencer de su diario engaño a los ciudadanos de un país expuestos al cuento de hadas, neutralizador de toda crítica, del «sueño americano», ése según el cual hasta un simple limpiabotas puede llegar un día a la Casa Blanca?