Aunque no soy muy aficionado a los deportes como espectáculo, reconozco que hubo algo muy emocionante en aquel momento. Cuando el primer pelotón de ciclistas inició la marcha en la punta de poniente del espigón de Puerto Banús, el famosísimo puerto de Marbella, marcó el comienzo, hace hoy exactamente una semana, de la 70 Vuelta Ciclista a España. Don José Banús, el empresario tarraconense, creador de uno de los puertos deportivos más espectaculares del Mediterráneo, no se hubiera sorprendido. No lo dudó aquel día, hace cincuenta años, cuando un avispado corredor de fincas le recomendó que echara un vistazo a una propiedad de San Pedro de Alcántara, en Marbella. Era la primavera de 1965. Don José pasaba por Málaga, de regreso de la Feria de Sevilla. Se trataba de la Finca del Ángel. Más de mil hectáreas entre el río Verde y el Guadaiza. Lindando con la playa y con vistas espectaculares de la bahía de Marbella y la vecina Sierra Blanca, dominada por La Concha.

Efectivamente la finca estaba en venta. Sus propietarias, doña Amparo y doña Pepita Martínez. pedían trescientos millones de pesetas por sus tierras. Una fortuna para aquella época. Don José lo vio claro. Nueva Andalucía y Puerto Banús serían una realidad cinco años después. Hay momentos en la vida que afortunadamente no se olvidan. Uno de ellos fueron los festejos de la inauguración de aquella maravilla. Me encontraba entre los invitados, aquel 2 de agosto de 1970, algo que siempre agradeceré. Don José Banús había logrado convertir la antigua finca del Ángel en el centro del Mediterráneo. Así lo atestiguaban en aquella elegante fiesta inaugural en el Hotel del Golf de Nueva Andalucía la presencia de los príncipes de Mónaco, Rainiero y Grace. Y la del creador en Cerdeña de la Costa Esmeralda, el príncipe Karim Aga Khan, líder espiritual de los ismaelitas. Y tantos otros personajes, llegados desde los cuatro puntos cardinales. Como el gran empresario que siempre fue, don José Banús supo rodearse de buenos colaboradores. Entre ellos, el arquitecto Noldi Shreck, propuesto por un buen amigo, el príncipe Alfonso de Hohenlohe. Le convenció a don José el argumento de ellos de que enterrar el futuro Puerto Banús entre torres de cemento sería una tragedia. Decidió que su puerto estaría consagrado a la luminosa arquitectura andaluza. Dios se lo pague.

Un amigo de Galicia me llamó entusiasmado por la Marbella que había visto en televisión, en el marco del comienzo de la Vuelta Ciclista a España. Puerto Banús y el Paseo Marítimo le habían impresionado: yates, playas, arboledas, una arquitectura en su mayor parte respetuosa con el entorno, y la Sierra Blanca al fondo. Aquello era una maravilla. Tenía razón mi amigo y fue un placer compartir su entusiasmo. Eso sí. Hubiera sido injusto no recordar que en este lugar, excepcional en tantos aspectos, muchas personas decidieron un día complicarse un poco la vida para luchar por su protección y por su futuro. Y no fue fácil. Aquella cleptocracia del gilismo fue un enemigo ubicuo y correoso. La batalla duró casi quince años. Pero eso ya es otra historia. Y como dijo un inteligente promotor, «menos mal que las protestas de los vecinos no nos dejaron construir todo lo que hubiéramos querido. Nos hubiéramos cargado Marbella». ¿Se nos augura un final feliz? El tiempo lo dirá.