Me desperté y escribí que el conflicto palestino israelí sólo terminará cuando la tierra no pueda empapar más sangre. Aquella vez la imagen de un padre en Gaza intentando en vano proteger de las balas a su hijo, arrimados a una pared como único refugio, la matemática rebotando junto a la carne, me impactó como un balazo moral en el informativo de la noche de aquel 30 de septiembre de 2012. Va a hacer tres años de aquella pequeña tragedia televisada. Padre y niño murieron en el tiroteo. Les vimos morir. Hoy, si queremos, les vemos morir a casi todos los que viven en el medio de guerras y masacres. La secuencia sigue en la web como si de una película se tratase. Es necesario no acostumbrarse, yo aún no consigo soportarla cuando la miro. Pero la vuelvo a mirar.

Ayer El Roto, ese hombre con la conciencia de la humanidad entera que sufre en el trazo, dibujó una viñeta escalofriante. Un inmigrante camina sobre las aguas, atraviesa el mar proveniente de la costa de la miseria y la violencia para llegar a la de la civilizada opulencia, a Europa. Pero el caminante no posa sus pies en las aguas a la milagrosa manera sino que pisa sobre los ahogados que en el océano rebosan. No llegan sólo en patera. Ya vienen caminando. Se suben en trenes masificados con su billete en la mano, se hacinan como cargamento falso en los camiones, algunos se incrustan acrobáticamente entre las piezas del motor de coches que cruzan fronteras, atraviesan las alambradas que pretenden poner puertas al campo, y cargan con algo más que con sus escasas pertenencias y sus sueños de progreso, llevan a sus hijos a cuestas.

Y sus hijos son hijos de todos. Quien se siente partícipe de la naturaleza humana, cualquier padre o madre, sabe que debemos proteger a cualquier niño que se quede sin padres, como personas, como sociedad, como estado. Y cuando los niños no han perdido a sus padres hemos de proteger su derecho a tenerles cerca. Sin embargo, ahora se les está deteniendo ante sus hijos por haber intentado salir con ellos del peligro que dejan atrás, cruzando una frontera que es mucho más que una línea territorial que les separa del tratado de Schengen y su posibilidad de libre circulación entre los países que abarca.

Miles viven ahora en un purgatorio infame hasta ver cómo nos los repartimos. Son sobrante del hipócrita tablero internacional dibujado con la férrea escuadra y el cartabón de quienes todo se lo reparten, menos la verdadera riqueza. Quizá éste no sea el cielo que quienes ya llegan caminando creen que es, pero de lo que no hay duda es que llegan del infierno.

Encarar el fenómeno de la inmigración no es fácil. Hacer demagogia con ese sufrimiento itinerante cuando se está en la oposición sí lo es. Pero hay que dar la talla con urgente iniciativa humanitaria, responsabilidad y eficacia, y los políticos de la UE, siempre ocupados en los intereses electorales inmediatos de sus propios países, no parece que la estén dando.