Como en el título del relato del escritor Álvaro Mutis, «Ilona llega con la lluvia», la total inoperatividad evidenciada por la red de saneamiento y drenaje de esta ciudad, aspirante a ser epicentro de todo, apareció con la tromba de agua padecida. Colapso en los accesos por Guadalmar y la vía de entrada al aeropuerto, el cual goteó lágrimas de sonrojo ante la mirada desconcertada de los viajeros. Del mismo modo, las zonas industriales -tejido productivo de la urbe- paralizaron su actividad por un leve temporal.

Este lunes tempestuoso hace replantearnos de forma inmanente el mismo enigma: ¿Por qué no se programan y ejecutan un conjunto de acciones de limpieza, rehabilitación y mantenimiento de la red de saneamiento, avenamiento urbano y de los puntos negros existentes en determinadas zonas claves de la ciudad? La respuesta, una sempiterna mirada desviada e inactiva.

Málaga, con todo su potencial y proyección, no puede permitirse correr más riesgos cada vez que el espíritu de la lluvia descarga su turbador grito, obstaculizando a la sociedad malagueña con las repercusiones perniciosas habidas en los sectores socioeconómicos y medioambientales del entorno. Las administraciones públicas implicadas deben de fijar medidas eficaces para la resolución de los dilemas asociados a la gestión de nuestras aguas pluviales urbanas, adaptando estrategias integradas consistentes en realizar un diagnóstico certero de la situación actual, determinar a todos los agentes y actores interesados e instaurar un programa realista para lograr unos objetivos consensuados. Éstos nos encauzarían a la mitigación de los graves problemas generados y a la recuperación de los ecosistemas circundantes. «El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad», recuerda Goethe. Reflexionen.

*Ignacio Hernández es profesor