Se ha producido la vuelta al cole. En estos momentos hay un padre consolando a un niño que ha sufrido un empellón o colleja, tal vez bofetón, de un compañero o compañera incapaz de guardar sus manitas en los bolsillos. Habrá chaveas extrañados de que los libros no sean interactivos, no consistan en una pantalla táctil y habrá niños con mochilas de vivos colores compradas por una madre que haya tenido por ello que renunciar a dos viernes de cañas y gambas con las amigas de la oficina. La que persiste en irse de gambas tiene un vástago con mochila de muertos colores. Los uniformes, quien los lleve, huelen a plancha y armario, perfume de urbanización y tubo de escape de cuatro por cuatro. A estas horas un joven temblón por la resaca del sábado noche se prepara para dar mañana una de sus primeras clases, luego de ser llamado para una suplencia que, implora, dure todo el curso. Le va a tocar explicar asuntos de Historia a gente que le interesa más procurarse un magreo furtivo con un compañerete o compañereta de clase que saber quién era Franco, que le suena tan lejano como a nosotros el general Pavía. Un conductor de autobús escolar encuentra un esputo en el respaldo de un asiento. Como ha visto mucho las series estilo CSI, lo coge con un pañuelo y lo examina visualmente para tratar de establecer si ha podido ser el niño estrábico que dice mucho ´joder´, el grandullón hijo de un procurador o la niña de once años que el otro día le inquirió acerca de si prefería a Albert Rivera o a Pablo Iglesias. Están jodidos los abuelos que en el mundo son, que después de un verano de asistir al agrandamiento corporal de los vástagos, vía bollos de crema, se ven ahora esclavizados a diario por tener que recoger a los nietos, cuyos padres les chupan la pensión, las lentejas y las energías pero los llevan los domingos a comer arroz barato y malo que anestesían con vinazo y natillas industriales que pasan por caseras. Nadie sabe nada del drama de la profesora de matemáticas, que explica con entusiasmo de debutante las derivadas e integrales pese a estar destrozada de ánimo por haber perdido a su anciano perro, criado desde su adolescencia después de que un día su padre, que le leía poemas de Rubén Darío los sábados por la mañana, lo encontrara en la calle con signos de haber sido maltratado. Vuelta al cole. Enseña más la necesidad que la Universidad. «Fui expulsado del colegio por copiar en el examen de metafísica; miré en el alma del muchacho que se sentaba a mi lado», dijo Woody Allen. Un niño aficionado a los donuts e hincha del Getafe, que atiende por Pelayo, está a punto de aprender el nombre de tres reyes godos. Tal vez mañana nuestro hijo hable por primera vez con una persona, un maestro, que puede marcar su vocación y vida y carácter para siempre. Un separata recoge a su cría cuando en realidad va por ver si caza a la madre madura a la que le ha echado el ojo. La vida empieza y termina pero el colegio siempre termina para volver a empezar. Hay ruido bendito de patio y recreo.