No se necesitaba en España discurso liberal para tener asco a pagar impuestos. No llegó a asentarse lo de «Hacienda somos todos» por falta de pruebas y el dispendio y la corrupción con cargo al Presupuesto general, autonómico y local no sólo no ayudaron sino que confirmaron lo que ya se prejuzgaba. La prueba del prejuicio es que el dispendio y la corrupción no disuadieron de seguir votando a los mismos.

El mensaje de los ricos anglosajones de que hay que pagar pocos impuestos ha sido comprado por los pobres españoles a tocateja. En un sistema redistributivo, a todos nos beneficia un entorno mejor pero no es lo que quieren difundir ricos que casi no pagan impuestos, acuden al Estado con sus empresas y se quedan las obras públicas posibles gracias al dinero de los que sí los pagan. Con sus fundaciones descuentan dinero de los impuestos para apoyar sus inversiones en arte (bien especulativo), por ejemplo y una parte de ellos, pagan a Dios lo que le quitan a los hombres porque creen y tributan en la fiscalidad metafísica. La relación entre los ricos españoles y patrañas organizadas en forma de secta debería ser estudiada por un equipo multidisciplinar de teología y economía aplicadas.

El mensaje contra cualquier medio de redistribución pública de la riqueza difundido por un sistema favorecedor de la estafa privada ha calado hasta el relato de los 220 aspirantes a autores del boleto de la Primitiva perdido y hallado en La Coruña hace 3 años y premiado con 4,7 millones de euros. En RNE se valoró mucho que ese premio es anterior a los impuestos a la lotería (que añadió Mariano Rajoy, que ganó las elecciones prometiendo que bajaría los impuestos). Qué bien que el Estado no puede llevarse la quinta parte de 4,7 millones de euros conseguidos por el esfuerzo de marcar, con un bolígrafo, una equis sobre los números 10, 17, 24, 37, 40 y 43 en un impreso de la Primitiva.