Así lo proclama, sobre campo de plata y un castillo flanqueado por dos llaves, el escudo de esta noble y muy añeja ciudad del sur de Castilla: «Clavis Hispaniae et Caput totius Extrematurae». Lindan las tierras de Alcaraz con la vecina Jaén. Destaca en su bien tejido patrimonio histórico su Plaza Mayor. Se puede decir con toda seguridad que es una de las más bellas de Europa. Y con las de Salamanca y Úbeda, una de las joyas del Renacimiento español. En 1212, tras la victoria de las tropas cristianas (castellanos, aragoneses, navarros y voluntarios ultramontanos) en las Navas de Tolosa -una de las batallas trascendentales en la historia europeas- sitió Alfonso VIII la plaza fuerte de Alcaraz. La población estaba gobernada por Aben Hamet. Al final de un enconado asedio y tras su rendición al rey castellano, fueron los vencidos caballerosamente escoltados por las huestes cristianas hasta el reino de Jaén.

Confieso que no sabía que algunas de las alfombras más apreciadas de este planeta eran de Alcaraz. Así se confirmó en una reciente subasta celebrada en Nueva York. El precio de una de ellas desbancó sin ningún problema a una famosa alfombra persa. En Alcaraz se sueña con recuperar estas antiguas glorias. No debería ser una temeraria aspiración. Ni mucho menos. Lo testimonia esa plaza mayor, de piedras gloriosas, en la que el escudo del rey Felipe II contempla, al otro lado de la plaza, el de su padre, el emperador Carlos.

Allí coincidimos mi mujer y yo hace exactamente una semana con muy ilustres personajes: el diplomático y escritor don José Cuenca, con su esposa, doña Carmen. Como ya saben los amables lectores de esta columna, el embajador Cuenca es el autor de un libro muy importante con raíces bien clavadas en la reciente historia de España: De Suárez a Gorbachov, publicado este año y camino ya de la tercera edición. En sus páginas -imprescindibles- recoge el autor sus experiencias en la transición española y también en la de la antigua Unión Soviética. En la que destacó como el representante diplomático más influyente y brillante que la Unión Europea tuvo en Moscú durante aquellos todavía cercanos tiempos.

Les acompañaban su buen amigo don Abel Hernández y doña Pilar, su esposa. Don Abel, uno de los escritores y periodistas más admirados del mundo de habla hispana, es autor de una extensa y riquísima bibliografía. Por problemas de espacio, menciono solamente, y siempre con el respeto que merecen, los tres últimos libros que de él he leído: El canto del cuco, Suárez y el Rey y Secretos de la transición. Sus obras no se olvidan. Imposible. No podía ser de otra forma en este portentoso escritor soriano, maestro de maestros. Fue un día de los que se agradecen, aquella visita a la augusta y bien cercada Alcaraz. En compañía de don Luis Fernández, sapientísimo y ejemplar anfitrión, como miembro que fue de la Corporación Municipal de esta ciudad. La misma que para los Reyes Católicos era lugar «Muy Noble y Muy Leal». Es obvio que don Luis sigue estando entregado a su tierra. Promocionando sus productos naturales, su aceite ecológico y una artesanía popular de gran valor artístico. Me llamó la atención el interés con el que oía las opiniones de doña Carmen Godoy, ilustre dama granadina, una de nuestras acompañantes. Sin duda por ser doña Carmen un personaje muy importante en un emporio turístico como es nuestra Costa del Sol malagueña.