Dentro de la pista la superioridad de España a partir de los octavos de final (momento en el que verdaderamente empieza el campeonato) ha sido tremenda. Como en aquel Mundial de Japón, en este Europeo la verdadera final la disputamos en semifinales frente a Francia. En el país del sol naciente fue Argentina a quien derrotamos en una semifinal durísima. Ambas finales fueron muy placenteras y conseguimos vencer con unas diferencias amplias en el marcador a Grecia en el mundial y a Lituania la semana pasada.

Para todos los españoles es un orgullo ser representados por este grupo de jugadores que tantas alegrías y emociones nos han hecho sentir. Pero de lo que más orgulloso me siento es del comportamiento de nuestros jugadores en la victoria. Escuchar las declaraciones de Pau Gasol después de anotar 40 puntos a Francia es el ejemplo de la humildad, esa humildad que lo hace más grande de lo que es dentro de la cancha.

Cuando él podría sacar pecho de su actuación personal sólo habló para halagar a sus compañeros, a su equipo y al rival. Con qué respeto habló de los árbitros que, en aquel partido, muy neutrales no fueron precisamente. Pero Pau no ha sido el único. Felipe Reyes, un jugador que fue marginal en el pasado Mundial, organizado en nuestro país, tras conseguir la victoria en la final también hizo declaraciones basadas en valorar por encima de todo al equipo y hablando maravillas de Gasol tras ser nombrado MVP del Europeo. Pudo reivindicar su aportación que tanto se echó de menos el pasado verano. Pero en cambio lo que muestra es máxima humildad.

Por el contrario, fue vergonzoso leer las justificaciones en Twitter de Gobert culpando a los árbitros de que no pudiera tocar a Gasol. Hablar del arbitraje después de que te metan 40 puntos, sin reconocer la superioridad sobre él del pívot español, me parece muy fuerte. Tan vergonzoso como el famoso «speaker» del palacio de deportes de Lille provocando a los aficionados que presenciaron la final del europeo para que abuchearan a nuestros jugadores. Perdieron la oportunidad de ser unos señores y reconocer mediante una ovación (muy merecida, por cierto) la demostración de baloncesto de nuestro jugador en toda la competición, de la que han sido unos privilegiados por verla in situ. Algo tan sorprendente como que la organización francesa monte una celebración especial para quien recibe la medalla de bronce porque era Francia, precisamente, quien la ganó. Esto sí que no lo había visto en mi vida.

La gota que colma el vaso es este bloguero del «prestigioso» (se supone) periódico francés «Le Monde» que insinúa que nuestro Pau jugó dopado. Sí, como Rafa Nadal cada vez que gana Roland Garros. ¿Tanto cuesta admirar la técnica individual y el conocimiento del juego de un jugador que ha demostrado ser imparable para ellos? ¿Tan difícil es asumir que lo que deberían hacer es aprender de un jugador tan superlativo?

Estas actitudes me recuerdan a nuestra selección el verano pasado cuando protestábamos faltas a un minuto del final cuando ganábamos de 30 puntos, o cuando les despreciamos a ellos mismos no preparando como se debe el enfrentamiento de cuartos de final (se dice que ni se entrenó en los días previos porque había algunos jugadores de viaje). En aquella ocasión nos vencieron tan humilde como merecidamente y sólo quedó valorar la estrategia de Collet, seleccionador francés, en aquel partido y cómo la llevaron a cabo sus jugadores.

Aquella derrota que nadie esperaba nos ayudó a aprender, a saber que desde la prepotencia es dificil construir, a usar como bandera la humildad y a que el equipo es el que te marca el camino para la victoria. Fue en aquella derrota, y lo que nos enseñó, cuando empezamos a ganar este Europeo. Por el contrario, fue aquella victoria de Francia la que les llevó al erróneo camino de la soberbia hasta perder una oportunidad única de hacer historia por el fabuloso equipo con el que se presentaban a la cita y, porque además, esa cita era en su casa. Y es que para saber ganar hay que aprender primero a perder. Esperemos que ellos nunca aprendan y que nosotros no lo volvamos a olvidar.